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(ca) Sicilia Libertaria: Análisis. La sociedad del miedo (de, en, it, pt, tr)[Traducción automática]

Date Sun, 12 Mar 2023 08:04:49 +0200


La publicación en 1986 del libro de Ulrich Beck, "La sociedad del riesgo", permitió redefinir la vida cotidiana de las grandes ciudades posindustriales como lugares donde el equilibrio entre seguridad y destrucción se rompe y las instituciones estatales ya no son capaces de gestionar la complejidad y así proteger a los ciudadanos. Esta es sin duda una interpretación interesante, aunque hay que tener en cuenta que los "ciudadanos" a los que se alude eran básicamente las clases medias, ya que los grupos sociales subalternos y, en general, los marginados vivían ya esta situación como condición, tanto como se refiere al riesgo ya la caída de la acción protectora del Estado. La importancia del trabajo de Beck radica en llamar la atención sobre la generalización del riesgo a toda la sociedad, con un corolario, el miedo, que para el autor podría representar la base de referencia para la creación de organizaciones defensivas. No parece que esto haya sucedido o, al menos, el miedo parece haber producido principalmente reacciones discriminatorias, populismos y nacionalismos, generadores de violencia.

El miedo es una reacción de ansiedad generada por un evento repentino e inesperado, percibido como peligroso para la integridad física. Sin embargo, también puede tomar la forma de un estado emocional permanente, activo en diferentes grados pero siempre presente en la conciencia individual: el miedo se vuelve endémico y generalizado, una condición de existencia. A mayor complejidad social, mayores riesgos: desde el clima que ya no permite demasiados pronósticos, hasta la falta de alimentos para todos; miedo a enfermar, pero también a ser manipulado por los políticos o por internet... La incertidumbre se constituye así como un horizonte de sentido, acaba definiendo la vida misma, y la acción no tiene garantías seguras de éxito, con el peligro de generar cansancio y abulia, miedo a actuar, pero también violencia. En la "sociedad del miedo", como podríamos definir las situaciones actuales de las megalópolis, el individuo se encuentra perdido en el paisaje que consideraba seguro, el histórico de su infancia, generador de anclaje material para la construcción de su propia identidad. Sin embargo, incluso en esta condición generalizada, hay quienes tienen más miedo que otros: los pobres, los marginados, los diferentes y las mujeres. Como escribió Javier Marías, "Durante siglos, las mujeres han vivido con un miedo extra, cuando van por la calle e incluso en sus casas". De hecho, ciertamente no es casualidad que, en esta situación de crisis cada vez más profunda, la violencia contra las mujeres haya aumentado exponencialmente.

Generalmente, en la vida cotidiana, las sociedades funcionan a través de procesos de habituación y naturalización: en el primer caso, se trata de estructurar acciones a través de la repetición automática; en el segundo, hacer que estas respuestas sean naturales, aunque históricamente construidas. En las "sociedades del miedo", lo que se naturaliza es la violencia, en sus diversas formas; mientras te acostumbras a un comportamiento depredador por parte de los agresores y a la pasividad y aceptación por parte de los agredidos. Hablar de depredación es relativamente fácil si aludimos a la economía o al mundo militar, es un poco más difícil hacerlo cuando se trata de relaciones humanas, aunque los hechos estén ante nuestros ojos todos los días, desde el acoso escolar en aumento. , a la violencia contra la mujer y, en todo caso, a la facilidad con que estallan las rencillas y la violencia en círculos especialmente masculinos. La reacción depredadora a la inseguridad del devenir no implica la producción de la conciencia del estado de miedo, excepto en términos de un malestar innombrable, proyectado fuera de sí, sobre los demás: uno se vuelve así intolerante con la diversidad, pero también con los pequeños cambios en horizonte, como sabe toda mujer que ve explotar a su marido porque no encuentra sus pertenencias donde las dejó.

Distinta es la situación de las víctimas o, en general, de los sujetos que la sociedad mantiene en estado de debilidad, ya sean migrantes o pobres. En este caso es válido ese "suplemento de miedo" mencionado anteriormente, evidentemente más allá del género del otro, en el que el miedo se desborda fácilmente en un miedo real y constante de ser atacado. De hecho, para seguir viviendo, la habituación se asocia a otro mecanismo: el olvido temporal, un proceso superficial de represión constante, claramente inducido por la cultura de sociedades desiguales, que construyen el miedo como mecanismo de control (hasta formas de alienación, artificialmente inducido). Así, las mujeres salen de casa, generalmente olvidando el riesgo que corren todos los días al mezclarse con la gente, olvidan el miedo a ser agredidas, aunque a quienes han vivido situaciones de violencia les resulta difícil ignorarlo. Pero el miedo siempre acecha y quien se distrae corre el riesgo de convertirse en una víctima fácil. De esta forma, el miedo se espacializa y temporaliza en nuestras ciudades: existen lugares seguros y lugares peligrosos, según la hora del día o de la noche, diferenciándose según el género de quienes los frecuentan. Esta violencia espacial y temporal es sobre todo simbólica, pero sabemos que la frontera con la violencia material es muy porosa, y un gesto o un insulto pueden degenerar fácilmente en puñaladas o violaciones. Todavía son las mujeres las que ven reducidos sus espacios de paseo de esta forma, aunque vayan acompañadas de sus hombres.

El espacio privado permanece como un lugar tendencialmente seguro, asemejándose cada vez más a una fortaleza sitiada. Un lugar para estar en paz y, finalmente, olvidar la presión social masculina que prospera en las calles urbanas. Lamentablemente, los datos sobre violencia de género indican que no solo va en aumento, sino que en la mayoría de los casos se trata de violencia que se da en el seno de la familia. Los hombres golpean y matan a las mujeres con las que están emparentados, muchas veces madres de sus propios hijos. Así, para la mujer, el miedo no puede permanecer fuera de la puerta de la casa, pues el enemigo ya se ha infiltrado en ella; de hecho, ellos mismos le abrieron la puerta. En la "sociedad del miedo", las relaciones se estructuran a partir de la violencia, aunque sea subterránea, posicional, negada. Y es inútil eludirla: esta violencia es fundamentalmente masculina, como lo son la mayoría de los asesinatos en nuestra sociedad, como lo es la guerra.

emmanuel amodio

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