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{Info on A-Infos}
(ca) LA CAMPANA Nº 212 (parte 2 de 2)
From
<a-infos-ca@ainfos.ca>
Date
Sun, 9 Mar 2003 19:41:37 +0100 (CET)
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AGENCIA DE NOTICIAS A-INFOS
http://www.ainfos.ca/
http://ainfos.ca/index24.html
_______________________________________
LA CAMPANA 212 (parte 2 de 2)
Isegoría. Contra la democracia representativa y su guerra.
.............................. Págs. 10 y 11
El encarcelamiento de América.
...............................................................................
Pág. 12De antología: Las mujeres inventoras.
.......................................................................
Pág. 13
Diccionario: Nacionalismo.
.......................................................................................Pág.14
Publicaciones.
.............................................................................................................Pág.15
Cine: 11 de septiembre.
.............................................................................................Pág. 16
Augusto dos Anjos: El árbol de la sierra.
................................................................... Pág.
17
Anuncios, Convocatorias, Intercambios
...........................................................
Págs. 18 y 19
Memoria Libertaria: Alfons Vila - Joan B. Atcher - Grau Oller -
Shum. 50 años de compromiso con el arte y la anarquía.
.........................................................................
Pág. 20
Isegoría
Con todo, tanto el gobierno británico como el español hacen
oídos sordos a la exigencia de sus ciudadanos y ello, quiérase o
no, pone en cuestión los principios de esa falacia histórica que
viene denominándose desde la Independencia americana “democracia
representativa”. Pues en virtud de esa decisión gubernamental se
da la paradoja de que millones de personas están siendo
colocadas por el poder despótico (representativo) en su justo
lugar. Esto es, subvirtiendo las relaciones de poder y asumiendo
la decisión de hablar por sí mismas y hacerlo allí donde importa
y es necesario.
Los griegos clásicos, “inventores” de la democracia directa
como eficiente fórmula organizativa de la conviven-cia social,
disponían de una palabra para indicar esa acción política básica
que llegaban a identificar con la democracia: isegoría, que
significaba precisamente Libertad de palabra y también “igualdad
de todos para ejercerla”. Se trataba pues de una Libertad
entendida no en el sentido negativo y proteccionista que
actualmente intenta darse a esa frase des-de el poder, los
tribunales y el convencionalismo mediático, como “libertad
frente a una prohibición arbitraria, censura o amenaza”, sino
como “un hablar en voz alta en el sitio que más importaba, la
asamblea de los ciudadanos, cuando entre todos tocaba decidir
sobre las cuestiones verdaderamente importantes de la guerra y
la paz, la legislación, etc”. No hay libertad de palabra, no hay
isegoría decían los griegos, si esta se condena al ostracismo, a
la irrelevancia, a la desconsideración o queda reducida al
ámbito de la opinión pública, marginada e inaudible cuando
conviene por quienes ocupan los altavoces ... Sólo hay libertad
de palabra si cual-quiera es libre de tomarla y, como ocurría en
la Asamblea ateniense, quien lo hace sube al lugar más alto y
audible, la tribuna de las arengas, se cubre con una “corona de
mirto”, que le confiere carácter sagrado, y los sus iguales en
libertad le escuchan.
Tiranía
En la democracia representativa actual no hay libertad posible
para nadie. Ni siquiera en el único acto que se propone como
formalmente libre. En España: la votación de los parlamentarios
estatales o autonómicos o los concejales municipales y algún que
otro referéndum.
No es solo cuestión, como algunos piensan, de listas
electorales abiertas o cerradas, de manipulación mediática o
transparencia televisiva, de mayor o menor disponibilidad de
recursos para el control de la vida pública e intención de voto
por parte de los expertos en mercadotecnia electoral. Ni
siquiera de la conversión fáctica de los partidos políticos en
meras empresas electorales, si es que desean realmente gobernar
e influir de algún pírrico modo en las cuestiones de estado.
Todo eso y mucho más son en realidad meros procedimientos,
mientras que la cuestión central es que ha de elegirse no a
quienes serán representantes de los electores, sino a quienes
tendrán la obligación y tienen la intención de gestionar el
poder real de las grandes empresas transnacionales, la
organización internacional de los mercados y la centralidad del
discurso económico privado (capitalista) en la esfera política y
administrativa mundiales.
Los electores, el demos degradado a cuerpo electoral no dispone
de ningún poder que pueda ser representado y es soberano de
nada. Se trata de un demos desalojado de la Asamblea decisoria,
colocado a los pies de una Tribuna de Arengas inaccesible -en
realidad ocupada celosamente por la caterva de sus
representantes electos, y el coro mediático que les acompaña-,
permanentemente humillado y ofendido por la libertad arrebatada,
que no tiene otras salidas que la infantil complicidad o la
negación a servir de coartada. Y en esas estamos ...
Multitudinarias manifestaciones
... Estamos en la voluntad general de tomar la palabra y
celebrar el debate social contra la guerra y la muerte en los
lugares públicos, que vayamos arrebatando a quienes ahora los
ocupan fraudulentamente.
La insurgencia civil contra el despotismo del estado y la
industrialización capitalista se articuló en el siglo XIX
principalmente a través de los partidos políticos y los
sindicatos que, con la excepción de los anarquistas, optaron por
fórmulas organizativas que reproducían la democracia
representativa y esquemas jerarquizados de funcionamiento,
verticales en la toma de decisiones, anisogóricos, obsesionados
por la conquista y conservación del poder estatal, la influencia
sobre las “masas” y la lucha por el control del estado. El
resultado final fue todo lo funesto que cabía esperar, aún
cuando la energía y ciega honestidad desplegada por los
insurgentes al atroz capitalismo del siglo XX (el siglo más
horrendo y catastrófico de los habidos hasta hoy) haya sido todo
lo honrosa y cabal que pudiera ser.
Emerge ahora el viejo planteamiento libertario, que reclama
libertad y no poder, que exige igualdad y no representación, que
demanda solidaridad horizontal y no verticalidad decisoria, que
sube a la tribuna y arenga, que reivindica la palabra y no la
autoridad, que impulsa la asamblea y no la jerarquía, conmina a
hacer la historia y no a secundarla ... y esta Isegoría están
haciéndola suya ahora mismo millones de personas en todo el
mundo.
Probablemente asistimos a un nuevo episodio de la zigzagueante
confrontación entre las prácticas de democracia directa y las
fórmulas organizativas del común popular frente a los sistemas
de organización social representativos y los centralismos
jerárquicos de todo tipo, democráticos o no. Es un comienzo, el
insomne empeño de la humanidad por librarse de guerras y
maldades, de usurpaciones y hoscos asesinos en la cresta. Ahí
debemos estar. Ahí estamos.
Ricardo Colmeiro
LIBROS
EL ENCARCELAMIENTO DE AMÉRICA
Daniel Burton-Rose (Ed.), Dan Pens y Paul Wright
La transformación de las sociedades democráticas altamente
industrializadas en sociedades abiertamente penitenciarias es un
signo de los tiempos. Entendemos por sociedad penitenciaria
aquella que utiliza el sistema penal como un recurso
omnipresente para solventar problemas sociales de diversa
naturaleza, no directamente relacionados con el tipo, la
extensión o la gravedad de los delitos cometidos. Como señala
Loïc Wacquant en el prólogo del libro, se trata de un
experimento sociohistórico único (nosotros no lo consideramos
así, pues hubo otrora regímenes políticos que actuaron del mismo
modo, con las diferencias de rigor por ser otras las
circunstancias históricas): “La sustitución de la regulación de
la pobreza des-de el bienestar social por su tratamiento a
través del aparato de justicia penal ... El resultado de este
cambio de política ha sido un repentino y formidable crecimiento
del sistema penitenciario, que ha convertido a EE UU en la
primera auténtica colonia penal del «Mundo Libre», pues “con 700
presos por cada 100.000 habitantes (entre 6 y 12 veces más que
en los países europeos), los Estados Unidos son el segundo país
mayor encarcelador del mundo, justo por detrás de la Rusia
post-comunista, cuyo porcentaje de presos se ha duplicado desde
el colapso soviético”. Claro está que los encarcelamientos (6,5
millones de estadounidenses se encuentran actualmente bajo
supervisión de la justicia penal, más de 2 millones de ellos en
prisión) afectan sobre todo a las poblaciones pobres o
despreciadas racial-mente (ambas circunstancias coinciden) como
son los negros, hispanos, etc.
Pero si Estados Unidos ejerce en esta siniestra actividad
indiscutible liderazgo respecto de Europa, también señala la
tendencia que han de seguir dócilmente todos los países
europeos. Es el caso de España, cuya población presa está
creciendo al mismo ritmo galopante que la desigualdad social y,
sobre todo, en la medida que se divulgan desde la clase política
(izquierda o derecha, que en este asunto todos cojean del mismo
pie, estatal y sangriento) doctrinas reduccionistas, que ven
para cada problema, una “solución de fuerza”: agravamiento de
penas, establecimiento de nuevos delitos, elevación a la
categoría de delitos de simples faltas, instauración solapada de
Tribunales especiales para determinados delitos, endurecimiento
de los sistemas carcelarios, etc.
El presente libro, subtitulado “Una visión desde el interior de
la industria penitenciaria de EE.UU.”, es un repertorio de
textos sobre el mundo carcelario USA -con reflexiones que pueden
hacerse extensivas a cualquier otro país de semejantes
características: democrático representativo, capitalista,
desigual, etc- recopilado por Daniel-Burton-Rose, Dan Pens y
Paul Wrigt. Los dos últimos, actualmente presos por delitos
comunes en el estado de Washington, dirigen la revista Prison
Legal News, que ha creado una vasta red de asociaciones en las
cárceles de todo el país, capaz de ofrecer informaciones de
primera mano “desde el vientre de la bestia” sobre multitud de
acontecimientos que definen la siniestra institución en que ha
venido a parar el sistema penitenciario estadounidense.
La mayor parte de los textos recopilados en “El encarcelamiento
de América” son obra de personas presas, con una capacidad de
observación y de análisis de aquello que se experimenta con
ellos, realmente admirables. No se trata en absoluto de
diatribas o de panfletos exaltados en tonos desmedidos -lo que
por otro lado sería acorde a la brutalidad y cinismo con que son
maltratados e injuriados-, sino de memoriales, relatos,
comunicaciones, informaciones y advertencias que analizan con
rigor las miserias del encarcelamiento masivo.
Obras como la presente tienen la doble virtud de, por un lado,
mostrar-nos al desnudo uno de los más firmes cimientos que
logran sostener el Edificio, criminal y criminógeno, en el que
el dinero y el privilegio son la ley y, por el otro, advertirnos
de que también la sociedad española está yendo por el mismo
siniestro camino, aquél en que los muros de las prisiones no
sólo encierran a los que están dentro, sino que envilecen y
encarcelan a la sociedad entera.
Álvaro Carrera
DE ANTOLOGÍA
LAS MUJERES INVENTORAS
La literatura feminista actual suele descuidar los orígenes del
propio movimiento en favor de la liberación de las mujeres
respecto de la tiranía social, política e ideológica que las
mantenía sojuzgadas. El texto que ahora reproducimos, cuya
autora es una mujer, Clara, fue publicado en octubre de 1887, en
el número 22 de “Acracia” (“Revista sociológica” barcelonesa, de
carácter mensual).
Este artículo anuncia un debate de indudable calado, pues
incide en la lucha común a la que se vieron abocados hombres y
mujeres no por mera voluntad rebelde sino por la influencia de
un factor revolucionario ajeno: la proletarización y,
consecuentemente, la incorporación de la mujer a la lucha
obrera. Aunque el planteamiento en torno al carácter subordinado
en la evolución histórica de la voluntad y el pensamiento
respecto de la organización social pueda y deba ser discutido,
queda vivo el testimonio de la lucha común a la que todos los
esclavizados, hombres y mujeres, no pueden menos que responder
Desde que el patriarcado sustituyó al matriarcado, las clases
gobernantes, inspiradas en sus intereses, trataron a las mujeres
como raza vencida, es decir, como esclavas. Carne de placer,
instrumento de generación, cocinera, doméstica, he ahí en
resumen el destino de la mujer, impuesto por la brutalidad de
las edades bárbaras y sostenido por la avidez de la burguesía
civilizada. La dependencia y la esclavitud del sexo llamado
débil se ha justificado siempre por la misma razón, la supuesta
inferioridad de la mujer, erigida en dogma sacra-mental y
transmitida sin interrupción a través de los siglos. Por una
parte, esa inferioridad artificial da lugar a la opresión
grosera de la mujer, cuyo desarrollo se ha impedido siempre por
mil obstáculos, o se ha conducido por falsas vías, según la
fórmula del egoísmo brutal: la fuerza es superior al derecho.
Luego engendrando una adoración insultante, el culto de un
místico “eternamente femenino”, que es la farsa más repugnante
que haya podido imaginarse. La expresión del egoísmo más
refinado consiste en cubrir de flores las cadenas del esclavo,
no para aligerar su peso, sino para embriagar de dulces
perfumes, para encantar con la brillantez de los colores al
propietario esclavista.
No importa que algunos filántropos hayan elevado su voz en
nombre de una «justicia eterna,» y reclamen los derechos humanos
para aquellas que forman la quinta clase de la sociedad. En vano
hubieran predicado esa suprema justicia sin mejorar en lo más
mínimo la situación de la mujer, porque jamás la concepción de
la justicia cambió la organización social, sino al contrario, la
organización social es la que transforma la noción de justicia
como todas las nociones morales.
Si la posición de la mujer ha cambiado considerable-mente, y
mucho más cambiará aún, débese única y exclusivamente a la
industria, al desarrollo económico. La industria, he ahí el
factor más revolucionario, la gran libertadora de todas y de
todos los oprimidos. Sólo de ella, como el proletario, tiene que
esperar la mujer la realización de sus justas reivindicaciones,
reivindicaciones indispensables e inevitables como las leyes del
universo que tienden a una transformación radical de la sociedad
actual en sociedad perfectamente igualitaria. La industria
moderna, al añadir a la explotación del hombre la explotación de
la mujer, al lanzar a las filas del proletariado la pequeña
burguesía, al arruinar la clase capitalista por el exceso de
placer y de goce que a sus favorecidos proporciona, va a proveer
a los proletarios y a las mujeres de los medios de conquistar
después de luchas y de miserias, una situación digna del nombre
humano. La industria arranca a la mujer del hogar patriarcal, la
sujeta a la máquina, la aprisiona en la fábrica; pero, por ese
mismo hecho, destruye esa esfera tan restringida de la actividad
femenina, sustituye para la mujer la vida pública de amplios
horizontes a la limitada vida doméstica, arroja los penates y
entroniza la humanidad, con lo cual emancipa a la mujer de la
maldición de su inferioridad. La industria demuestra cada día,
aunque sólo para aquellos que quieren verlo, que la mujer es
igual al hombre en cuanto se le facilita la ocasión y la
posibilidad de desarrollar libre e integralmente sus facultades.
Las mujeres trabajan diez, doce y aún dieciséis horas seguidas
en las fábricas, los talleres, las canteras, las minas, los
ferrocarriles, no siendo aventajadas por los hombres ni en
fuerza, ni en habilidad ni en tenacidad.
De igual modo la superioridad intelectual del hombre, sentada
como supremo argumento, llegará a ser un cuento de Maricastaña
del que se burlarán las generaciones futuras. Y todo esto
gracias a la situación económica que obliga a las mujeres a
entrar en concurrencia con los hombres en las profesiones
llamadas liberales. En la enseñanza, en la administración, en
las ciencias, las letras y las artes, hay falanges de valientes
mujeres que se lanzan adelante para conquistar un puesto que
mantienen con honor. Cualquiera que sea la profesión invadida
por las mujeres, no se muestran en nada inferiores al sexo
fuerte.
Una vez probada su capacidad de trabajar, de estudiar, de
ejercer como los hombres, se les disputa la facultad de crear,
de inventar, de innovar. He aquí ahora hechos que servirán para
destruir también esa última fortaleza de las preocupaciones
contra la mujer ... [siguen datos de una revista americana sobre
patentes de invenciones técnicas realizadas por mujeres, entre
ellas muchas obreras].
Clara
VOCES LIBERTARIAS
NACIONALISMO
Nación social-Nación política-Estado
Conjuntamente con otros movimientos sociales los anarquistas
hubieron de enfrentarse al conjunto de las doctrinas
legitimadoras del Estado que suelen agruparse bajo el nombre de
“Nacionalismo”. Los anarquistas, decididamente
internacionalistas, comprendieron tempranamente que los
diferentes nacionalismos políticos representaban en cualquier
caso la tiranía estatal y el reaccionarismo social, al mismo
tiempo que los nacionalistas reconocían en las ideas libertarias
un enemigo a batir.
No resulta fácil agrupar todas las doctrinas o movimientos
culturales, políticos, etc que, desde el siglo XIX hasta hoy,
vienen considerándose “nacionalistas”. La zigzagueante evolución
del propio término “nación”, desde sus orígenes latinos, no es
ajena a esta circunstancia. Los mismos nacionalistas discrepan
sobre qué características determinan que tal o cual conjunto de
personas forman una “nación”. Lo que, aparentemente, no es
contradictorio con estar todos de acuerdo en que el grupo al que
cada uno pertenece constituye indudablemente una “nación”.
Por ello, en esta primera entrada de la voz “nacionalismo” para
La Campana, nos limitaremos a comentar una muy con-creta
doctrina política nacionalista, de indudable importancia en el
contexto actual español: aquella que considera que la “nación”
social -cultural, racial, antropológica, etc- precede a la
nación política y ambas exigen, como culminación necesaria de su
soberanía, la entronización del Estado propio, nacional,
independiente, sobre un territorio que ha de ser suyo, y no de
ningún otro.
En estos términos, la nación social preexistente, pero también
la nación política, pueden reconocerse en la comunión de todos
sus miembros con una determinada tradición cultural, étnica,
religiosa, etc, de la que son partícipes y que los singulariza,
identitariamente, respecto de los vecinos. Dicha tradición puede
ser literalmente inventada o anclarse en ciertos elementos
culturalmente significativos y singularidades destacables, como
la religión, la lengua propia, el espíritu nacional, la tierra
ancestral, rasgos físicos y raciales concretos, carácter e
idiosincrasia, ciertas instituciones o realizaciones míticas,
etc, etc, que se presumen de ancestrales. La hipotética
continuidad de usos, costumbres y rituales reactualiza en cada
generación el legado ancestral del que los habitantes actuales
-representados por el Estado nacionalista y sus dirigentes- son
herederos legítimos, no solo moralmente, sino también jurídica y
patrimonialmente.
En el caso de los nacionalismos irredentos -aquellos que buscan
desgajarse del estado en que están incluidos- la aparición de
esos rasgos, esto es, la nación primigenia, se sitúa en época
anterior a aquella en la que el nacionalista asegura comenzó el
estado actual de sojuzgamiento. Cualquier relato vale para ello,
por más fantasioso y fuera de razón que resulte, pues la
construcción de la nación política, dirigida por los partidos y
fracciones nacionalistas correspondientes, irá relativizando la
fuerza argumentativa de este mito originario al tiempo que
adquiere mayor relieve la identidad que se va creando al calor
de la lucha política irredenta, con su secuela de violencias,
martirios, injurias ... unas dadas y otras recibidas.
Estos rasgos son para el nacionalista diferentes aspectos de la
nación y, por tanto, el vínculo que garantiza la fidelidad del
pueblo al Estado nacionalista y a sus dirigentes. Pues estos
materializan y aquél representa la nación primordial. De este
modo, el nacionalismo resulta una lamentable ideología
legitimadora del poder del estado y la sumisión del individuo en
aras de una ficticia o arbitraria identidad y comunión de grupo.
El Estado particular -esté en fase embrionaria y de construcción
(el aparato nacionalista en pro de la independencia) o haya sido
logrado-, resulta para el nacionalista una institución que
precede a los individuos y es superior a cada uno de ellos.
Para dar cuenta de la perversa naturaleza de esta doctrina
debiera ser suficiente la visión del rastro que van dejando tras
de sí, en estos dos últimos siglos, diferentes variantes locales
de este modelo nacionalista, que han contribuido al éxito y
expansión de los más horrendos crímenes y criminales conductas:
fascismo italiano, nacionalsocialismo austríaco-alemán,
nacional-catolicismo español, balcanismo, colonialismo, racismo,
etc, etc.
Con todo, pese a la evidencia de este horror, numerosas
personas confían en que la doctrina nacionalista no es
necesariamente homicida y sanguinaria, al menos no más que
cualquier otra que busque legitimar el Estado y su poder
coactivo. Demostraría este hecho la persistencia en algunos
países de fórmulas atenuadas del nacionalismo político (aunque
no necesariamente poco exigentes en lo cultural y social), que
en lo tocante a coerción y violencia desarrollan prácticas
homologables a las ejercidas por sus rivales.
Esta objeción no logra ocultar el hecho de que los frecuentes
desvaríos homicidas y agresividad intrínseca del doctrinario
nacionalista provienen del hecho insoslayable de que, contra lo
que el nacionalismo piensa, la “nación” es siempre un artificio
ideológico, una ficción que exige ser alimentada, reinventada y
reinstaurada permanentemente. Que para hacerse realidad ha de
combatir sin tregua, voluntaria y esforzadamente, la diversidad
cultural, étnica, política ... que socavan el elemental
principio de la tribu “nosotros y los demás”, sin el que el
nacionalismo político es incapaz de sobrevivir. En este sentido,
construir el dogma de la comunión nacional, el “nosotros”, exige
a la dirigencia nacionalista recurrir a toda suerte de poderosos
símbolos y resortes uniformizadores -himnos, escuela, liturgia,
mitología, victimismo, propaganda, pompa militante y militar,
etc- y, llegado el caso, a la violencia más extrema.
MEMORIA LIBERTARIA
ALFONS VILA - JOAN B. ATCHER - GRAU OLLER - SHUM
50 años de compromiso con el arte y la anarquía / 1
En 1967, a los 70 años de edad, tras permanecer treinta años
exiliado de su país, moría en Cuernavaca, México, Alfons Vila i
Franquesa, más conocido por Joan Baptista Atcher y también por
Shum. Pintor y dibujante anarquista, militante en las luchas
sociales bajo la Restauración, condenado a muerte por su
actividad revolucionaria bajo la dictadura de Primo de Rivera,
activista sindical de la CNT durante la República, combatiente
en las unidades anarquistas durante la Revolución y Guerra civil
de 1936-1939, Juan Bautista Shum moría rodeado de los suyos,
exiliados como él, tras cincuenta años de compromiso con el
arte, con la revolución y con la anarquía.
En 1897 nacía en San Martín de Maldá, Urgel, según unos y,
según otros, en San Baudilio de Llobregat, en el seno de una
familia artesana muy humilde el niño Alfons Vila. Era todavía un
niño cuando hubo de abandonar la escuela para trabajar en el
taller familiar, que apenas daba para comer y cerraba todo
horizonte al afán de vivir. Tenía Alfonso tan sólo catorce años
cuando se marchó de casa. Simplemente cogió el camino y se fue
andando hasta Tarrasa, para vivir haciendo caricaturas y dibujos
en los cafés, y después a Barcelona donde viviría del mismo
modo, sin llegar a sacudirse el hambre nunca. “Comía rancho de
los cuarteles, y a veces iba a buscar comida abordo de los
barcos”, según recoge Arturo Madrigal.
Otra vez se puso en camino. “Cansado de pasar penalidades, a
los quince años -sería el año 1913- marchó andando a Francia por
la frontera de Port Bou hasta llegar a Cerbére, donde montado en
un vagón de carga de un tren pretendía llegar a París, hasta que
en la estación de Portuendres fue detenido durante varios días.
Tras varias detenciones más y no pocas calamidades, llegó a
París”, donde permanecería seis años.
También en París logró sobrevivir dibujando por los cafés y
bares, hasta que encontró trabajo en una orfebrería, pero fue en
esta ciudad que se hizo anarquista y adquirió una formación
social autodidacta sorprendente, para quien venía dando tumbos
por la vida desde los diez o doce años. Para escapar de la
policía y la deportación, camuflaba su personalidad bajo
seudónimos, práctica que se le irá pegando a la piel hasta el
punto de confundir a muchos de sus nuevos amigos. Fueron apodos
suyos en esa época, Grau Oller y, sobre todo, a partir de 1919,
Shum, adoptado tras la desaparición de su gran amigo Roca, quien
firmaba sus trabajos con el seudónimo de Shumblerium. Roca,
también anarquista, había sido detenido por la policía antes de
desaparecer sin dejar rastro, bajo la acusación de desertor ante
la guerra de Marruecos.
Un año después de la desaparición de su amigo, Alfonso Vila
desea abandonar París y regresar a Barcelona, cuando el
anarquismo está librando una de las batallas más duras de su
agitada historia. No ignora que los agentes y chivatos de la
policía española habrían enviado a España la ficha del peligroso
anarquista, del “Poeta” (así le conocían las gentes de los
barrios de París que frecuentaba), que defendía la posibilidad
de una sociedad armoniosa, sin pobres ni ricos, ni opresión ni
explotación a un semejante, sin guerras ni violencia por mor del
hambre o la penuria sociales. Tampoco se le oculta que si
atraviesa la frontera y es reconocido por la policía será
inmediatamente detenido y, con toda probabilidad, ingresado
forzoso en el servicio militar, para acabar siendo arrojado a
los barrancos de Marruecos, dónde caen a miles los mozos
es-pañoles que, por pobres o por dignos y nada deber al cacique
del pueblo, no han logrado zafarse de las levas.
Sin embargo, Alfonso está decidido a entrar en España y lo hace
valiéndose de documentación falsa a nombre de un tal Joan
Baptista Atcher. Bajo este nombre se integra en los círculos
libertarios y obreros de Barcelona, comprometiéndose con los
núcleos que operaban clandestinamente en Cataluña. Sigue
dibujando -ahora se editan sus dibujos en las publicaciones
obreras y anarquistas- y trabajando en diversos oficios para
vivir.
En cierta ocasión, Atcher se entera de que la policía iba a
entrar de modo inminente en una casa donde estaban
clandestinamente unos amigos suyos. Corre a avisarlos, pero
cuando entra en el piso, se produce una enorme explosión y cae
gravemente herido. Atcher es detenido y, una vez juzgado,
condenado a muerte. Pero esta es ya otra historia, que merece
ser contada con más detenimiento.
M. Genofonte
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