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(ca) Autogestión productiva y asambelismo

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Date Sat, 21 Jun 2003 11:41:35 +0200 (CEST)


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El debate se presenta entre considerar esas iniciativas como
luchas acumulativas hacia un clásico proyecto de poder popular o
verlas como expresiones embrionarias de contrapoder o no-poder.

La discusión se complica cuando se revalorizan categorías como
"política" o "no-política", tema que cierto marxismo arrogante
ha vulgarizado al adjudicarle a los movimientos sociales el
calificativos de "no políticos" como si fueran un escalón
inferior en las relaciones humanas. Es evidente que la polémica
no es banal: uno u otro criterio llevan a considerar las
posibilidades hacia un socialismo por la vía del estado nacional
o la emancipación por el desarrollo de experiencias comunales.
Al mismo tiempo el eje de la discusión tiene una faz común: cómo
ha de actuarse, aquí y ahora, en terreno de la sociedad
capitalista que es la que sufrimos, superando el corset del
sindicalismo, el corporativismo, y el derecho burgués que es el
derecho por definición.
Por momentos, y como paradoja histórica, pareciera que estamos
discutiendo en la Europa post revolución francesa, dicho esto
sin intención peyorativa, por el contrario, una demostración más
de las limitaciones del mito del progreso y de cómo el pasado
suele regresar como puro presente.
Sea como fuere, lo importante es recoger la riqueza de aquella
polémica polarizada entre anarquistas y marxistas que dejó como
saldo una producción intelectual sustanciosa.
No es motivo de este trabajo historiar la misma, sólo precisar
que la diferencia entre el anarquismo y el marxismo previo a la
Comuna de París, en su sentido "estratégico", no eran tan
disímiles como luego la historia los hizo distanciar cada vez
más. En ese sentido es al menos una ligereza hablar de los
marxistas como "políticos" y los anarquistas como "no
políticos".
La diferencia esencial, más allá de los durisimos
enfrentamientos tácticos y los floridos epítetos de Engels a los
anarquistas durante la Primera Internacional, fue sobre todo
después de la Comuna de París, en tanto en cuanto los
anarquistas seguían sosteniendo que no era posible cambiar la
sociedad "desde arriba" y, en consecuencia, su negación de la
teoría de "la dictadura del proletariado"
La historia inmediata a esos hechos, la revolución rusa y su
formidable influencia durante todo el siglo veinte, le dio la
razón al marxismo, pero la historia en su palabra actual parece
hacernos comprender que el anarquismo tenía también sus razones.
Por eso es que este momento tiene cierta analogía con el Marx de
los "manuscritos de 1848" y aquellos escritos en que Marx y
Engels imaginan la sociedad postcapitalista por la vía de la
gemenweisen: la comuna.

En el artículo mencionado, Mabel Thwaites Rey procura poner
paños fríos al exceso de entusiasmo sobre las posibilidades
inmediatas de los emprendimientos autónomos y el asambleísmo. Y
tienen razón, ya que la virtud esencial de todo ese proceso
iniciado el 19 y 20 de diciembre de 2001, no fue no sólo tirar
por tierra las veleidades primermundistas, sino también y
principalmente, haber puesto en evidencia la crisis de
representatividad, incluida en ella el fracaso de la vía estatal
hacia el socialismo (expresado en la catástrofe electoral de la
izquierda orgánica) dejando hacia el presente y el futuro más
interrogantes que respuestas. La teoría de la "toma" del poder
está siendo cuestionada, no por especulación racional en los
foros internacionales, sino por la vía del "cuerpo que piensa",
en las calles, las fábricas recuperadas y en las plazas.
Esto no debería ser novedad, pero ocurre que el enorme y
legitimo prestigio de esa gigantesca experiencia universal que
fue la revolución rusa parecía haber abierto la era del
"tránsito del capitalismo al socialismo", mandando al "basurero
de la historia", no sólo la teoría sino la rica práctica de
experiencias autónomas. En efecto: la instauración del estado
soviético, sobre todo después de la muerte de Lenin (sin olvidar
los terribles costos de la colectivización forzada a cargo de
Stalin) parecía demostrar la posibilidad de cambiar la sociedad
"desde arriba" (hablamos de cambios radicales, se entiende, no
de las indiscutidas mejoras sociales logradas por el socialismo
real en, alfabetización, vivienda, salud pública, etc) Gramsci
había dicho a propósito que fue la "revolución contra Marx" y,
más allá de la expresión textual, sus reflexiones sobre la
hegemonía y sus metáforas sobre la "guerra de posiciones"
indican que el italiano pasaba revista al marxismo de la segunda
y tercera Internacional. Porque en el punto en que el
pensamiento marxista tiene su afín con el anarquismo - aunque
con diferencias con respecto al sujeto - es en donde Marx
concebía el socialismo sólo posible en los países altamente
desarrollados, porque el capitalismo contradictoriamente habría
creado la condiciones objetivas, (producción material) y las
subjetivas (conciencia y organización de la clase llamada a
desplazar a la burguesía) El "poder" sólo se pensaba como un
corto periodo de transición de "dictadura del proletariado".
Ello implicaba, de suyo, que la sociedad iba cambiando "desde
abajo" y - al igual que la gran revolución francesa - la "toma
del poder" seria el acto final y no el inicio de la revolución.
La revolución, en lo económico, lo social, cultural y
antropológico ya estaría hecha: el gran acto político seria la
captura del aparato estatal y el inicio de su ineluctable
extinción.
Lenin tampoco perdió este punto de vista tan caro al marxismo.
No impulsó la toma del poder hasta que las consecuencias de la
revolución burguesa de febrero del 17 le hicieron ver, sobre la
marcha de los hechos, la incapacidad de la burguesía rusa para
una radicalidad similar a la francesa en su tiempo. Percibió la
posibilidad de la toma del poder por el proletariado
revolucionario en alianza con los campesinos. Así, lanzó su
"ahora o nunca" apostando a que Rusia incentivaría el detonante
de la revolución mundial centrada en Alemania, país donde se
conjugaban a la perfección las condiciones objetivas y
subjetivas para el pase al socialismo. Rosa Luxemburgo, saludó
ardorosamente el coraje y la creatividad de los bolcheviques,
pero a la vez en la célebre polémica con ellos, lanzó una
advertencia que debería ser escrita en letras de hierro por su
vigencia en todos los tiempos:"no hacer de la necesidad virtud"

Y la historia fue y es cruel: "transformar la necesidad en
virtud" una de las mayores trampas del ser humano ha recorrido
todo el siglo veinte y sigue presente.

La "necesidad hecha virtud" se instituyó como práctica, se
"jerarquizó" como teoría y se cristalizó como dogma en el
llamado socialismo estatal. El fracaso de la revolución mundial
obligó a la joven república de los soviet a acentuar el poder
del Estado. A las dificultades para el desarrollo de la sociedad
socialista, acorralados por el cerco del capitalismo mundial,
lejos de aplicarle cada vez menos Estado, recostando la
responsabilidad sobre la población, se aplicó cada vez más
Estado. En definitiva lo que se construyó fue capitalismo de
estado, administrado por partidos comunistas, supuestamente
representantes del proletariado.
Hoy, después del colapso soviético, los socialismos "realmente
existentes" no parecen dirigirse hacia la extinción del Estado
por la vía de la autonomía popular sino más bien tienden a
Estados mixtos con cada vez mayor presencia de… empresas
privadas. No hago juicios sobre cómo resuelve cada uno de esos
países la defensa de sus logros, hoy cercados más que nunca por
el imperio, sólo recuerdo "no hacer de la necesidad virtud".

El asunto es observar que el concepto de cambiar la sociedad
"desde abajo" (el que por otra parte se verifica en toda la
historia de la humanidad, salvo en los que hubo invasiones
externas) es tan anarquista como del marxismo original. Cierto
es que Marx, como buen científico alemán, era más "prudente" que
los ácratas, quienes, como buenos poetas, solían dar rienda
suelta a la imaginación y pronosticaban formas futuras. Aún así
Marx sueña en varias oportunidades con un futuro en donde
desaparecería la división del trabajo, del que hoy se
desentienden los marxistas profesionalizados que hablan de "la
era del conocimiento".
"No hacer de la necesidad virtud" repito, sin embargo, esto no
quita que la necesidad suele ser un buen estímulo a la
creatividad. Tal es el caso de los actuales emprendimientos
autónomos en nuestro país. Thwaites Rey hace bien en prevenir
contra el exceso de entusiasmo, porque en la búsqueda de romper
dogmas suelen gestarse nuevos dogmas. En este caso puede
pensarse que se ha encontrado ya la fórmula mágica para superar
el socialismo estatal y burocrático, por la simple vía del
asambleismo. No se olvide que todos los movimientos polulares
burocratizados empezaron siendo muy "basistas" y asamblearios.
El sindicalismo es el mejor ejemplo.
De lo que se trata es sencillamente que estamos frente a una
gran oportunidad de experimentación, alimentados por una
riquisima historia. Desde luego, no puede olvidarse el hecho que
estos emprendimientos tienen como objetivo principal e inmediato
una solución concreta para la angustiante situación de desempleo
y, en tanto eso, obedecen a la necesidad. Por las mismas razones
no se los puede subordinar a supuestas "estrategias" sean estas
la "toma del poder" o las que fueren, ni trazar reglas teóricas
y recetas para todos por igual; las experiencias son variadas,
cooperativas igualitarias, cooperativas con gestión empresarial,
en casos más complejos hasta exigencia de intervención estatal.
Por otro lado nadie sabe cuál será el destino de cada fábrica
recuperada.

Pero, desde el punto de vista de su función social y sea cual
fuere la resultante futura, presentan en el hacer del hoy,
experimentaciones no sólo de nuevas formas productivas, sino,
sobre todo, de relaciones sociales y agrupaciones profesionales
que podrían tener insospechadas consecuencias en una
reconsideración de la relación entre sujeto, trabajo e
identidad. No existen garantías para el futuro, insisto, nadie
puede asegurar que no serán coptadas por el sistema y se
transformarán en empresas capitalistas como ocurrió con la mayor
parte del viejo cooperativismo, incluido el de origen
anarquista. Pero la apuesta bien vale la pena.

La dificultad mayor para comprender las posibilidades de estos
caminos alternativos que parecen "retroceder" a formas
precapitalistas supuestamente "superadas", tiene su origen en la
propia teoría del conocimiento que sufren las ciencias sociales
hegemónicas, particularmente las hijas de la Ilustración, que
alimentan el sistema de creencias de la izquierda de origen
marxista. En primer lugar el mito del progreso, el que supone
automáticamente al presente como "superior" al pasado, y al
futuro como "superior" a ambos: la historia como una espiral
ascendente sin solución de continuidad. Entrando en el tercer
milenio tenemos sobrados elementos de juicio para sospechar que
esto es válido sólo en lo referente al progreso
técnico-científico, una de las formas del conocimiento, no la
única. Pero eso deja de ser absoluto cuando lo encaramos desde
otras formas del conocimiento, de relaciones humanas, calidad de
vida y hasta de técnica.
En segundo lugar la pretensión del utraracionalismo de conocer y
vaticinar por medio del lo analitico-previsible. Sabemos que los
hombres no son lo que dicen ser sino lo que hacen y esto no se
debe a una cuestión moral, a doble discurso malintencionado,
sino a la propia distorsión del conocimiento del hombre sobre el
hombre mismo. Porque ese "creer ser" es una construcción
racional que supone al cerebro como el centro del pensamiento y
desconoce "cuanto piensa y puede el cuerpo" En consecuencia
nunca se saben a priori las consecuencias de nuestros actos. De
lo que se trata no es tanto de saber sino de, sino de actuar "a
pesar de" y hacernos cargo de los mismos.
El pensamiento de la izquierda marxista está enfermo del mito
"previsor" basado en el conocimiento de supuestas leyes del
desarrollo social, a punto tal que ni siquiera tiene la modestia
de revisar lo pasado para hacerse cargo. Por eso siempre ha
podido interpretar lo que ha pasado y lo que va a pasar, raras
veces lo que está pasando. A este pensamiento, más que a nadie,
le cabe el aforismo "el hombre es el único animal que tropieza
dos veces con la misma piedra"
Desde estas consideraciones y haciendo un punto y aparte sobre
las ya mencionadas soluciones inmediatas a los problemas de
desempleo, el aspecto más vital en la mayoría de estos
emprendimientos es subjetivo. Un campo de prácticas sociales con
contenidos potencialmente muy radicales en una forma productiva
en apariencias "reformista". En primer lugar la asimilación
corporal del "se puede"; se pasa sobre el gran fetiche de "el
poder" para asumir el "poder hacer" a pesar del "Poder".
Asimismo se registra un gran cambio en un aspecto poco tratado
en todo enfoque sobre el trabajo: la tendencia, por la vía
práctica, a cuestionar la jerarquización laboral, una de las
consecuencias de la división del trabajo, como una de las
ataduras subjetivas de la dominación. No se trata de desconocer
las mayores o menores complejidades, las tareas que necesitan
mayores o menores talentos, conocimientos o habilidades -
incluso hasta reconocer razonables diferencias de ingresos -
sino su desjerarquización social. Asumir que en un colectivo
productivo desde el punto de vista social todos somos iguales.
Este aspecto es una verdadera revolución, es de una radicalidad
insospechada y sólo por ello vale la apuesta con todos los
riesgos que conlleva. También aquí es donde las experiencias
autónomas se tocan con el asambleismo, porque ponen en la picota
el mito central del Estado Moderno: la representación. El
"socialismo real" que supimos construir, en el mejor de los
casos, había cambiado los representantes, reproduciendo el
sistema representativo. Se trate de partido único o pluralidad
de partidos, son formas distintas de representación. Si
aceptamos ( aunque regañadientes) que los partidos representan
las clases sociales en la sociedad burguesa, en el socialismo,
superadas las clases y la lucha de clases, toda la sociedad
debería ser un gigantesco partido, que se depura a sí mismo de
los resabios del capitalismo.

Mabel Thwaites Rey, en el trabajo citado, expresa que ""La
fetichización no es, ni nunca fue completa" (se refiere
naturalmente al "fetichismo de la mercancía", quizás el más
importante aporte de Marx al conocimiento de la sociedad
capitalista) con lo cual reintroduce un concepto verdaderamente
radical negado por el marxismo oficial por cuanto éste, al tomar
la fetichización como algo absoluto - inherente de las leyes
objetivas de la sociedad capitalista - considera que la misma
sólo puede ser superada por los representantes del partido, los
"desalienados" portadores de la verdad. Este aspecto es clave,
el partido, al tomar "conciencia" de la alienación, es el que
tiene del monopolio de la verdad sobre masas alienadas que
ignoran la alienación. Por lo tanto el miembro del partido es el
"representante" . "Representar", es hacer presente lo que está
ausente. ¿Qué es lo que estaría ausente? Esa "verdad" ocultada
por el fetiche y que el partido la conoce porque conoce los
secretos de la economía capitalista. No obstante, la autora, con
femenina nitidez, agrega: "en la vida cotidiana cada uno puede
percibir los miles de efectos perversos de una organización
social injusta. Sin embargo, la creencia de que no hay ninguna
alternativa práctica al actual sistema es algo que mantiene a la
gente resignada" Si bien la autora no lo menciona así, ni sé si
esa ha sido su intención, yo interpreto que introduce un
cuestionamiento al papel determinante de la conciencia como
"espejo subjetivo de la realidad". Con ello podemos empezar a
hablar de "querer hacer" y compromiso con el deseo. La autora
emplea una palabra muy precisa: "cada uno puede percibir".
Justamente, es el cuerpo el que percibe y resiste la
fetichización que ha capturado al cerebro, el que ha
desarrollado la "creencia de que no hay ninguna alternativa"
En efecto: cuando los trabajadores desocupados, los vecinos, por
imperio de la "necesidad" se ven obligados a hacerse cargo de lo
que antes hacían sus "representantes", el patrón, el jefe, el
técnico, el delegado sindical, el partido, el municipio, el
Estado, portadores de la "conciencia", monopolistas del saber…
cuando esa gente encuentra la alternativa que antes le estaba
velada precisamente por esos representantes, se pone en
movimiento y el deseo supera la limitación de la conciencia. (La
conciencia es el estrecho pensar del cerebro; el deseo es toda
la potencia del pensamiento del cuerpo) Porque esa falta de
"creencias" en alternativas que menciona con toda razón Thwaites
Rey, no se debe tanto a la falta de imaginación, inteligencia,
ni siquiera conocimientos, como a la persistencia de un sistema
de creencias llamado "conciencia" que les ha dicho cuál es al
lugar de cada uno en el mundo. Es su "representante" el que
diciendo cuál es el papel del obrero, del maestro, del ingeniero
o el taxista, en tanto portador del "saber", le ha impedido
dejar libre al poder del cuerpo, al deseo. Si es el patrón habrá
dicho, "los obreros no se pueden administrar" (y esto reforzado
generosamente por todo el sistema educativo y los medios de
información) Si es el Estado le ha dicho "el pueblo no delibera
ni gobierna". Si es el delegado sindical habrá alertado contra
la "irresponsabilidad" o los "aventureros", acudiendo a la
disciplina gremial supeditado a lo que dirá el secretario
general. Y si es el partido le habrá insistido sobre la
maduración de las condiciones "objetivas y subjetivas" y la
necesidad de la espera de los "momentos" (el momento del asalto
al poder) porque cada acción es parte del la gran "estrategia".
Obedecer al que "sabe" es lo que la Modernidad llama conciencia,
forma superior de la creación, alojada en el cerebro, opuesta al
"primitivismo pasional" de la acción espontánea expresada por el
cuerpo.
Cualquier militante tendría derecho a mandarme a Siberia por
comparar al patrón con el partido. No estoy haciendo paralelos
éticos ni dudo de la mejores intenciones. De lo que se trata es
de desnudar la lógica común más allá de nuestra "conciencia" e
intenciones. La lógica de la sociedad capitalista En tal sentido
redoblo la afirmación: El fetichismo de la mercancía, al operar
principalmente sobre la "conciencia", impregna con mayor fuerza
a la población más "educada" que a la menos educada, y se supone
que el partido es la forma superior de la educación. A un sólo
ejemplo me remito: todavía se sigue sosteniendo que las
elecciones sirven para "medir la conciencia política de los
trabajadores"
Por eso es que este fenómeno de autonomías y asambleismo tienen
la virtud de romper con la "conciencia" para dar lugar al deseo
y liberar las fuerzas creadoras de la multitud. No se trata de
un canto al caos, al nihilismo. Son búsquedas por medio del
cuerpo que piensa y que en ese camino aprende lo que ese cuerpo
puede.

Fuente: La fogata.






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