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(ca) LA CAMPANA,N. 210: Mauritania. ¿Qué ley mortífera me mata y trae el hambre a mi pueblo?
From
Worker <a-infos-ca@ainfos.ca>
Date
Tue, 4 Feb 2003 18:14:48 -0500 (EST)
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AGENCIA DE NOTICIAS A-INFOS
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http://ainfos.ca/index24.html
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Bajo este mundo del dinero y el poder, de la miseria y la
servidumbre, nada es lo que parece. Así es que nombres de pompa
amable y sonora suelen ocultar realidades pavorosas.
Hace muchos años que existe un Programa Mundial de Alimentación
(PMA) de la ONU especialmente dirigido a África y también que
está nombrado un Comisario mauritano de Derechos Humanos y Lucha
contra la Pobreza.
Mientras tanto, se recrudece la hambruna en el Sahel mauritano.
Desde hace dos años, la desnutrición severa amenaza a más de
medio millón de personas y el hambre mata por cientos cada día.
Hace siete días, una caravana de decenas de personas
esqueléticas caminaba descalza por la región de Aftout, hacia la
ciudad. Cinco de ellos se tumbaron a unos pocos cientos de
metros de las primeras chabolas y allí se quedaron a morir.
Cuando fueron a recoger los cadáveres, pudo verse que una de las
mujeres llevaba su hijo muerto, pegado a su pecho seco.
Fábula mauritana de la Autoridad
- “Dame tu bien, no tu mal; y si me das tu mal, dame la fuerza
de soportarlo”, pide el señor del ganado que vive al sur de
Mauritania al dios Todopoderoso Gueno. Pero esta divinidad
crea-dora, eterno conservador y destructor de todo lo que habita
-roca, búfalo, nube o mujer-, jamás contesta a los humanos,
“pues la Autoridad -dice el noble ganadero a sus cautivos-,
jamás ha de rendir cuentas a quienes han de sufrir sus
decisiones, ora de favor, ora de desgracia. Tampoco pueden
hacerlo los espíritus que emanan del cuerpo de Gueno para
imponer el capricho de la Autoridad en todas partes, pues es
precisamente su inescrutable capricho el barro que mantiene
unidas las arenas en la duna, las gotas de agua en el río, las
aldeas, obedientes y sufridoras, en el orden inmutable. Así lo
establece Kaidara, el “espíritu principal de Gueno”, el dios del
Oro y el Saber, de la Cultura que perece y la Economía que
atesora, ambas manifestaciones de la Autoridad originaria.
Mauritania, la dura tierra
La historia actual -esto es, el orden imperial actuante hoy en
día, todopoderoso frente a una de las naciones más pobres del
mundo- le dio a Mauritania su mal pero no le concedió la fuerza
de soportarlo. Al contrario, desmayan hombres, mujeres y niños
en los pedregales del Sahel y mueren sin que nada ni nadie
alivie su hambre.
Dos tercios de la extensión de Mauritania -más de un millón de
kilómetros cuadrados, equivalente a dos veces España-
corresponden al desierto del Sahara. Sobre esa yerma geografía
viven cerca de tres millones de personas, de diferentes etnias,
hablas y estirpes. La mayoría son moros -mestizaje árabe,
bereber y otros pueblos-, aunque en el sur se concentran casi un
millón de personas negras, también de etnias diferentes: fulani,
bambara, soninke, etc.
El Norte del país, lindante con el Sahara Occidental y Argelia,
y el Este, limítrofe con Mali, son una inmensa región de
cega-doras mesetas de arena o piedra, sobre las que casi nunca
llueve. Hacia el sur, a medida que el país se acerca al Sahel
(“orilla” del desierto) aumentan un poco las precipitaciones, de
modo que las familias y grupos pueden sobrevivir nomadeando sus
sobrios rebaños en los todavía inhóspitos parajes. Sólo en el
extremo sur, a lo largo del río Senegal, fronterizo con el país
de este nombre, la vida llega a imponerse con cierta fuerza, de
modo que hombres, mujeres y ganado han logrado sedentarizarse en
aldeas y vivir del trabajo agrícola. La riqueza marina de su
plataforma es bien conocida, pero apenas puede ser aprovechada
por los pocos ribereños que llegan a vivir en una costa
desoladora de 600 km de longitud, sin apenas agua dulce.
Según muchos afirman, esta dualidad Norte / Sur -duro y seco,
el uno, más amable y blando, el otro; árabe y musulmán
ferviente, el uno, negro africano y de monoteísmo atenuado, el
otro- marca significativa-mente la historia de Mauritania, tanto
o más que otros factores históricos y culturales. Sin embargo,
la crudeza de las relaciones económicas y políticas impuestas
por el Occidente ajeno (Francia, en primer lugar, y la fatídica
trilogía FMI-Banco Mundial-OMC en la actualidad) a partir de la
colonización, tienen la mayor responsabilidad en la tragedia que
abruma en la actualidad a más de un tercio de la población
mauritana.
Contacto con Occidente
La colonización europea de Mauritania comenzó a finales del
siglo XIX. En 1899 el gobierno colonialista francés anunció a
las otras potencias europeas -los habitantes de la región
asaltada no eran tenidos en cuenta, salvo para ser matados en
caso de rebelarse y ser explotados sin piedad si no lo hacían-
que sus ejércitos ocuparían el territorio que iba desde la
orilla derecha del río Senegal hasta las fronteras de Argelia y
Marruecos, al que dieron el nombre de “Mauritania occidental”.
En 1903 la zona se convirtió en “protectorado militar” francés y
en 1920 se le dio el título de “Colonia”, en el seno del África
Occidental francesa.
Al ejército francés le resultó relativamente fácil controlar
las poblaciones agrícolas del Sur y ejercer allí -por la fuerza
de las armas, combinada con el pacto con las jerarquías locales
y tribales- una cierta influencia cultural sobre la población
negra. No ocurrió lo mismo con los nómadas del Norte, mucho más
reacios a someterse a las exigencias económicas, políticas,
sociales o culturales del colonialismo, aunque en todo momento
París buscó la amistad de los emires mediante generosas
subvenciones “personales”.
Atroz colonia e insufrible independencia
En 1960 se da por terminada la colonización francesa y el país
accede a la independencia política, tras proclamarse la
República Islámica de Mauritania. Sin embargo, el país carecía
de la más mínima infraestructura. Ni carreteras, ni ferrocarril,
con excepción de un pequeño tramo que enlaza con los principales
yacimientos mineros, ni líneas eléctricas ... Francia, que nada
había dejado en 50 años de colonialismo para bien de los
nativos, quiso seguir tutelando los destinos de la nueva
república tras erigirse en “protectora del primer presidente,
Moktar Ould Daddah”.
El descubrimiento cinco años antes de la Independencia de
importantísimos yacimientos de hierro y cobre, pareció al
principio impulsar a la nueva República hacia el desarrollo
industrial, pero muy pronto se revelaron para la mayoría de la
población como una pesada carga. De hecho, MIFERMA, la sociedad
de capital francés propietaria de las minas de hierro, tenía más
poder y medios que el propio estado. No solo proporcionaba el
80% de las exportaciones del país, también ocupaba al 25% de
todos los trabajadores asalariados.
Las dificultades de la agricultura empujaban a miles de
personas hacia las ciudades y muchos de ellos cayeron víctimas
del nuevo orden industrial y sistema económico moderno, que
desconocían por completo. Paulatinamente bajó la proporción de
población nómada, pero creció la sedentaria alojada en
paupérrimas kebba (suburbios, literalmente estercoleros) o en
los manchones mineros de hierro, cobre y yeso, en los que un ser
humano no valía un ochavo y la vida media no alcanzaba los 50
años, víctimas de las durísimas condiciones de trabajo y
agrupamiento impuestas por la empresa minera.
La Cultura y el Oro
Moktar Ould Daddah pronto se vio en la necesidad de atender las
demandas de las gentes moras del norte; mejor dicho, de los
jerarcas más poderosos del norte, pues no conviene olvidar -¡lo
que suelen hacer con demasiada facilidad los politólogos
nacionalistas y culturalistas!- que estos ricos notables tenían
y tienen sometida a la mayoría de la población de su propia
estirpe, es decir, a la comunidad haratina, descendiente de los
esclavos moros liberados, que representa actualmente la mitad de
la población de estirpe árabe-bereber, y un tercio de la
población total mauritana. Por otra parte, lo mismo hacen los
notables del Sur negro respecto de sus conciudadanos sonkineses
o halpularenes.
La crisis del Sahara Occidental “español”
Muchos son los vínculos históricos y familiares del pueblo
saharaui con la población mora del norte de Mauritania. Cuando
el gobierno español firmó en Madrid los acuerdos para la
descolonización del Sahara Occidental, repartió la región en dos
trozos. La región norteña de Saguía el Hamra se entregaba a
Marruecos, mientras que la región del sur -Río de Oro, en la
denominación española- se le cedía a Mauritania. Como es sabido,
el pueblo saharaui no aceptó el despojo y reparto de su país, se
organizó en el Frente Polisario y libró una dura guerra de
guerrillas, tanto contra Marruecos como contra Mauritania.
En esas circunstancias de incapacidad para detener los ataques
saharauis (llegaron a amenazar la capital mauritana, Nuakchot),
Daddah fue derrocado. Siguieron unos años de inestabilidad
política en la cúpula, hasta que el 12 de diciembre de 1984 el
coronel Ould Taya dio un golpe de estado y se hizo con el poder.
Al año siguiente el FMI le otorgó un préstamo de 12 millones de
dólares, con el compromiso de imponer a la población un duro
ajuste estructural y vestir con el ropaje democrático adecuado
la dictadura real exigida por la universal receta neoliberal. El
dictador cumplió sus compromisos. Promovió una nueva
constitución, restauró nominalmente el multipartidismo (1991),
celebró elecciones libres -como no podía ser de otro modo, las
ganó el mismo repetidamente-, metió en la cárcel a los
disidentes del FMI y cubrió con un manto de impunidad a asesinos
reconocidos y funcionarios corruptos como él mismo. Con tales
medidas y otras llegó el aplauso de la “comunidad internacional”
y también la hambruna.
Programa nacional de lucha contra la pobreza
Mauritania era un país arruinado durante el protectorado,
siguió siendo mísero bajo la colonización y continuó del mismo
modo tras la Independencia, entre los países más desdichados del
planeta. No es pues extraño que el general re-triunfante, Ould
Taya, promoviese en 1998 un plan al que llamó “Programa nacional
de lucha contra la pobreza” y la pompa encubriese el designio
criminal de cercenar cualquier atisbo de autonomía social
libertadora, aún a costa de dejar morir de hambre a miles de
personas y mantener de hecho el régimen de esclavitud,
formalmente abolido pero vigente en amplias zonas del país.
Que el resultado final de su plan fuese la hambruna actual era
previsible. Del mismo modo que lo es el intento de exculpar a
las autoridades y a las recetas del FMI, atribuyendo cínicamente
esta tragedia a la última sequía que padece la región del Sahel.
Pero no es la sequía la que mata, sino la falta de alimentos,
medicinas, viviendas habitables, canalizaciones, control de
aguas pluviales convenientes y de organización social solidaria,
sustituida por el imperio de la beneficencia privada y las
destructivas doctrinas del FMI y el Banco Mundial.
Sobre la mísera Mauritania los altos ejecutivos de ambas
genocidas instituciones, recomendaron las mismas medidas de
ajuste que devastaron Argentina y otros muchos países:
liberalización, imperio del mercado, reducción de gastos
sociales, privatización de los bienes públicos, suplantación de
los derechos sociales universales por la beneficencia graciable
y dependiente regida por ONG’s humanitarias, sustitución
acelerada de la organización social campesina o familiar nómada
por la palabrería capitalista sobre “desarrollo”,
“contabilidad”, “créditos a la iniciativa”, “agricultura
moderna”, etc, etc.
El hambre, impuesto del pobre
Bastaron unos pocos años de aplicación a rajatabla de esta
doctrina en Mauritania para que cientos de miles de personas
agonicen sin remedio en los campos esterilizados del Sahel,
aunque el FMI insista hipócritamente en que “la responsabilidad
de las dificultades actuales corresponde a la disminución de la
demanda internacional por el hierro y el impacto que las
desiguales lluvias e inundaciones han tenido en la agricultura”,
o que debemos reconocer importantes “logros positivos en la
política económica del gobierno de Mauritania, gracias a las
políticas macroeconómicas y estructurales, incluyendo una
posición fiscal sólida, una política prudente con la deuda
externa, la adherencia al programa monetario y las reformas
estructurales sostenidas”.
¿Qué significa toda esta jerga ante la hambruna de la
población?
Si el gobierno, vicario del FMI, ha decidido reducir los
impuestos sobre la renta privada, ello quiere decir que los
ricos pagarán menos impuestos ya que la mitad de la población
carece de cualquier ingreso monetario sobre el que pudieran
pagar ninguna clase de impuesto. En consecuencia, se renuncia a
cualquier criterio redistribuidor de la riqueza que, por otra
parte, está siendo obscenamente acumulada en poquísimas manos.
Si el gobierno, conforme a las directrices del FMI y banco
Mundial, ha de pagar la deuda externa -esto es, el montante que
el propio sistema financiero mundial le exigió pedir (y continúa
haciendo) para mantenerse en el poder e integrarse en el círculo
funesto de los míseros dependientes- sólo podrá hacerlo a costa
de acentuar la pobreza de la gente y vender en pública subasta
lo poco que queda al país. Sin embargo, Mauritania ha llegado a
un grado tal de miseria que nada de lo que ofrece es de interés
para ninguna multinacional, pues la pesca en sus aguas
territoriales -hasta tiempos recientes consideradas como uno de
los caladeros más ricos del mundo- la está perdiendo por la
sobreexplotación pesquera; los yacimientos de yeso, cobre,
hierro y uranio hace mucho que ya no pertenecen a Mauritania y
tampoco el gobierno tiene la más mínima intención de sustituir a
los feroces usufructuarios actuales por otros menos ladrones. Y
si quisiera hacerlo, tampoco tendría capacidad.
El invierno 2002 - 2003
El Comisario mauritano responsable de Derechos Humanos y Lucha
contra la Pobreza regresó a la capital de Mauritania en la
segunda quincena de noviembre de 2002. Había estado de viaje en
EE.UU, y visitado a los máximos responsables del Banco Mundial y
el FMI. “Tanto el Banco Mundial como el FMI -ha dicho- han
aplaudido satisfactoriamente los programas aprobados por
Mauritania en esta materia” y “felicitan al gobierno mauritano”.
¿Qué han aplaudido?: ¡¡¡La reducción del presupuesto dedicado a
gastos sociales, con el que se debería dar de comer al
hambriento, techo al que vive a la inclemente intemperie,
medicinas al enfermo!!!
Dos meses después, en la penúltima semana de enero de 2003, el
Programa Mundial de Alimentación (PMA) pretende paliar la
gravísima mortandad que se anuncia en las provincias del Sahel
con una aportación de 5,3 millones de euros y distribuir 13.500
toneladas de alimentos a los habitantes de la región de Assaba,
cerca de la frontera con Senegal, y las regiones colindantes de
Brakna y Tagant. Esto ayudaría a unas 80.000 personas, de las
600.000 que habría que atender solo en Mauritania, cuando el
hambre, que ya afectaba a la región agrícola de Aftout, se ha
extendido al valle del río Senegal y a la meseta central. Aún
con todo, ni siquiera las 13.500 toneladas previstas pueden ser
distribuidos eficazmente al carecer Mauritania de un mínimo
sistema de comunicaciones.
Mientras las agencias humanitarias tratan de buscar a
contrarreloj recursos que evitan la tragedia anunciada y ya
presente, el gobierno mauritano, tras reunirse en varias
ocasiones desde el mes de octubre de 2002 con los representantes
del FMI y el Banco Mundial, redujo en el pre-supuesto para el
2003 las cantidades dedicadas a aliviar la pobreza y, por el
contrario, ofrece estímulos a los ricos urbanos para que
continúen produciéndola y acrecentándola. Con absoluto cinismo,
el general Ould Taya, el amado del Occidente ruin y asesino
convicto por dinero, ha decidido conceder solamente el 0,4% del
PIB para luchar contra la pobreza y a los gastos sociales, “a
pesar de la disponibilidad de recursos” que han de ser dirigidos
hacia otras “inversiones de interés nacional”.
Ricardo Colmeiro
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