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(ca) Es la lucha zapatista una lucha anti-capitalista?

From a-infos-ca@ainfos.ca
Date Fri, 25 Apr 2003 16:18:18 +0200 (CEST)


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AGENCIA DE NOTICIAS A-INFOS
http://www.ainfos.ca/
http://ainfos.ca/index24.html
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( 1 ) Por John Holloway
La marcha de los zapatistas es la marcha de la dignidad. No fue: es. Y no
sólo de los indígenas, sino de todos.
La dignidad es una marcha. "Es y está por hacer, es camino por recorrer"
(Palabras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- el 27 de
febrero del 2001 en Puebla, Puebla.) Es un "duro y peligroso viaje, un
sufrir, un vagabundear, un salirse del camino, un buscar la patria oculta,
un movimiento repleto de interrupciones trágicas, hirviente, entrecortado
por saltos, erupciones, promesas solitarias, cargado de manera discontinua
por la conciencia de la luz." (Bloch, 1964, p. 29).
La dignidad no marcha por una carretera recta. El camino por recorrer son
múltiples caminos que se hacen al andar: caminos, entonces, que resisten
definición. Más que una marcha, es un caminar, un andar.
Un caminar, pero no simplemente un pasear. La dignidad es siempre un
caminar en contra de: en contra de todo lo que niega la dignidad.
¿Qué es lo que niega la dignidad? Todo lo que nos impone una máscara y nos
encarcela dentro de la máscara(2). El mundo indigno nos dice: "Tú eres
indígena, por lo tanto eso es lo que puedes hacer"; "tú eres mujer, por
eso haces lo que haces"; "tú eres homosexual, por eso te comportas de esta
manera"; "tú eres viejo y sabemos cómo son los viejos". El mundo indigno
nos encierra dentro de una definición. Nos dice: "tu caminar llega hasta
aquí, no puedes ir más lejos". Y nos dice: "tienes que caminar por la
carretera, no por donde quieras". El mundo indigno nos limita, nos define,
nos define de una forma que no es externa, sino que penetra nuestra
existencia misma.
Pero ¿de dónde viene esta imposición de máscaras? ¿Es racismo? ¿Es
sexismo? ¿Es homofobia? Es todo eso. Pero es más que eso. Todos estamos
obligados a llevar máscaras. Todos estamos atrapados en un tiempo lineal,
homogéneo, un tiempo que va solamente hacia adelante, en una línea
derecha, un tiempo que niega nuestra creatividad, nuestra capacidad de
hacer-de-otra-forma. No sólo los indígenas sino todos estamos obligados a
ver la misma película todos los días. "Queremos que la vida sea como una
cartelera cinematográfica, de la cual podemos escoger una película
diferente cada día. Ahora nos hemos levantado en armas porque, por más de
quinientos años, nos han obligado a ver la misma película todos los días".
(Subcomandante Marcos, La Jornada, 25 de agosto de 1996). Pero sí hay un
cambio en la película que estamos obligados a ver todos los días: se
vuelve más y más violenta. Se vuelve más claro cada día que el tiempo
lineal que nos lleva hacia adelante, que la carretera recta en la cual
estamos obligados a caminar, conduce directamente a la autodestrucción de
la humanidad.
¿Qué es esta fuerza que nos encierra dentro del tiempo lineal, que nos
obliga a caminar en la carretera directa hacia la autodestrucción, que
encarcela nuestro hacer dentro de una máscara de ser? ¿Qué es lo que niega
nuestra dignidad?
Es el rompimiento de nuestro hacer. Nuestra dignidad es hacer. Nuestra
dignidad es nuestra capacidad de hacer y de hacer-de-otro-modo. Las
hormigas no tienen dignidad: hacen, pero no pueden proyectar un hacer
diferente para mañana. Para ellas el tiempo es lineal. Pero "lo que hacía
que nuestro paso se levantara sobre plantas y animales, lo que hacía que
la piedra estuviera bajo nuestros pies" (EZLN, Comunicado del 1 de febrero
de 1994) es que nosotros sí tenemos la capacidad de hacer-de-otro-modo, de
crear. Podemos proyectar que vamos a hacer algo nuevo y lo podemos hacer.
Esta capacidad es siempre social, aún cuando parece ser un acto
individual. Nuestro hacer siempre supone el hacer de otros, en el presente
y en el pasado. Nuestro hacer es siempre parte del flujo social del hacer
en el cuál lo hecho por unos fluye en el hacer de otros.
Pero en la sociedad actual, el flujo social del hacer está roto. El
capitalista toma lo que se ha hecho y dice "¡esto es mío, ésta es mi
propiedad!". Al agarrar lo hecho, rompe el flujo social del hacer, ya que
el hacer siempre construye sobre lo hecho. Al agarrar lo hecho, el
capitalista puede forzar a los hacedores a venderle su capacidad de hacer
(la cual se convierte en fuerza de trabajo), de tal forma que él les dice
ahora lo que tienen que hacer. Con eso los hacedores pierden su capacidad
de hacer-de-otro-modo: ahora tienen que hacer lo que les dice el
capitalista.
El capital es un proceso de separar. Separa lo hecho del hacer, y por lo
tanto separa a los hacedores de lo hecho y de su propio hacer. En el mismo
movimiento, los hacedores están separados de la riqueza que han creado y
de su capacidad de hacer-de-otro-modo. Nosotros (porque somos nosotros los
hacedores) somos hechos pobres y robados de nuestra subjetividad. El
capital es un proceso de separarnos de la riqueza de la creación social
humana, de nuestra humanidad, de nuestra dignidad, de la posibilidad de
ver otra película mañana.
Al separar a los hacedores de la capacidad de hacer-de-otro-modo, el
capital subordina el hacer a lo que es. El capitalismo es el reino de "así
son las cosas", "así es la vida", "tú eres una mujer y las mujeres son
así", "tú eres indígena y así son". Detrás del racismo, del sexismo, de la
homofobia hay un problema más general: la dominación de las máscaras, de
la etiquetas, de las identidades. Detrás de la negación particular de la
dignidad ("tú eres un indígena, una mujer") hay una negación más general
de la dignidad: "tú eres lo que eres y nada más". La respuesta de la
dignidad es: "somos lo que somos y mucho más". La dignidad es la lucha en
contra de su propia negación: la lucha por la dignidad empieza como lucha
en contra de una negación particular de la dignidad (discriminación contra
indígenas, contra mujeres), y sigue y sigue hacia el reconocimiento mutuo
de las dignidades, la unión de las dignidades. Los caminos se cruzan, se
juntan, se dividen y se juntan, fluyen en el mismo sentido. Todas las
dignidades, si son consecuentes, se vuelven no solamente contra negaciones
particulares de la dignidad, sino contra la negación general de la
dignidad que nos impone una etiqueta y subordina nuestro potencial como
humanos a esa etiqueta. El camino de la dignidad nos lleva no solamente en
contra del insulto particular sino también más allá, en contra del insulto
general. Y el insulto general es el etiquetar a la gente, la subordinación
del hacer al ser. Y este insulto terrible que ahora amenaza con extender
la negación de la humanidad a la destrucción total de la humanidad; este
insulto terrible surge simplemente de la forma en la cual el hacer está
organizado, del hecho de que el capital es proceso de separar lo hecho del
hacer, con todo lo que conlleva.
La lucha de la dignidad por la dignidad, entonces, es una lucha
anticapitalista. Pero esto no se debe convertir en una etiqueta nueva ("yo
soy socialista, tu eres un liberal", "yo soy un comunista, tu eres un
revisionista"). La lucha en contra del capital es una lucha en contra del
proceso de separación que es el capital: el proceso de separar lo hecho
del hacer, la riqueza que creamos de nosotros, la subjetividad y la
dignidad de nosotros. La lucha por la dignidad es la lucha en contra de la
separación, la lucha para (re)unir lo que separa el capital, la lucha por
otra forma de hacer, otra forma de relacionarnos el uno con el otro, como
sujetos activos, como hacedores. La lucha por la dignidad es la lucha para
emancipar el hacer del ser, la lucha para hacer explícito el flujo social
del hacer. La lucha por la dignidad es la lucha para crear una sociedad
basada en el reconocimiento de la dignidad, en lugar de una basada en la
negación de la dignidad.
¿Cómo lo podemos hacer? ¿Es realmente posible? Podemos luchar, tenemos que
luchar, por supuesto, pero ¿es realmente posible crear una sociedad basada
en la dignidad, una sociedad que va más allá del capitalismo? ¿Es posible
construir otras formas de hacer dentro del capitalismo? ¿No tenemos que
destruir el capitalismo primero para crear esta posibilidad? ¿Es posible
crear y expandir espacios de dignidad? ¿No es inevitable que estos
espacios sean reprimidos o absorbidos por el capital? ¿Es realmente
posible crear y extender espacios de dignidad a tal punto que destruyan al
capitalismo y creen una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la
dignidad?
Antes se pensaba que la única forma de crear una sociedad mejor era
tomando el poder estatal, destruyendo al capitalismo y construyendo la
sociedad nueva. Pero no funcionó. No funcionó porque concebía el cambio
radical como un cambio llevado a cabo por parte de los trabajadores,
mientras que el concepto de dignidad hace claro que la construcción de una
sociedad digna sólo puede ser un proceso de autoemancipación. En segundo
lugar, no funcionó porque la noción de tomar el poder estatal se basaba en
la idea de que el Estado era el centro de la sociedad, que el mundo
capitalista era la suma de muchas sociedades diferentes, cada una con su
Estado en el centro. El desarrollo capitalista mismo ha subrayado que no
es así (y que nunca fue así): la sociedad capitalista es una sociedad
global apoyada por una multiplicidad de Estados, de tal forma que ningún
Estado está en el centro de la sociedad.
No podemos pensar en el cambio social radical como algo que se lleva a
cabo desde arriba, desde el Estado. La revolución sólo puede ser
construida desde abajo. Pero ¿cómo podemos construir la dignidad en una
sociedad que niega a la dignidad de forma sistemática? ¿Cómo podemos hacer
la dignidad tan fuerte que destruya a la sociedad que la niega?
No es cuestión de la Revolución, pero tampoco es cuestión simplemente de
la rebeldía(3): es cuestión de la revolución (con "r" minúscula)(4). La
Revolución (con "R" mayúscula), entendida como la introducción del cambio
desde arriba, no funciona. La rebeldía es la lucha por la dignidad y
existirá mientras se niegue la dignidad. Pero no es suficiente. Nos
rebelamos porque somos humanos. Pero no queremos simplemente luchar contra
la negación de la dignidad, queremos crear una sociedad basada en el
reconocimiento mutuo de la dignidad. Nuestra lucha, entonces, no es la
lucha por la Revolución, ni simplemente por la rebelión sino por la
revolución. Lo importante ahora es hacer una separación clara entre
revolución y toma del poder estatal. Tenemos que replantear la cuestión de
la revolución, pero de una forma que no se confunda con la conquista del
Estado. Pero ¿qué significa eso y cómo lo hacemos? En esta lucha
revolucionaria no hay modelos, no hay recetas, simplemente una pregunta
terriblemente urgente. No una pregunta vacía, sino una pregunta llena de
mil respuestas.Fisuras: éstas son las mil respuestas a la pregunta de la revolución. Por
todas partes existen fisuras. Las luchas de la dignidad desgarran el
tejido de la dominación capitalista. Cuando la gente se levanta en contra
de la construcción del aeropuerto en Atenco, cuando se oponen a la
construcción de la carretera en Tepeaca, cuando se levantan en contra del
Plan Puebla Panamá, cuando los estudiantes de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) se oponen a la introducción de cuotas, cuando
los obreros hacen huelga en contra de la introducción de ritmos más
rápidos de trabajo, todos están diciendo "¡NO, aquí No, aquí el capital no
manda!". Cada No es una llama de dignidad, una grieta en el mando del
capital.
El No es el punto de partida de toda esperanza. Pero no es suficiente.
Decimos No al capital pero el capital sigue atacándonos, separándonos de
la riqueza que creamos, negando nuestra dignidad como sujetos. Pero
nuestra dignidad no es tan fácilmente negada. El No tiene un ímpetu que
nos lleva hacia adelante.
Las luchas que dicen No muchas veces van más allá de eso. En el proceso
mismo de luchar contra el capital, se crean otras relaciones sociales. Los
involucrados se dan cuenta que no están luchando simplemente contra una
imposición particular del capital, sino que están luchando por otro tipo
de relaciones sociales. Especialmente en los últimos años, muchas luchas
han puesto gran énfasis en el desarrollo de estructuras horizontales, en
la participación de todos, en el rechazo a estructuras jerárquicas que
reproducen las jerarquías del capitalismo: de ahí el "mandar obedeciendo"
de los zapatistas, las asambleas horizontales de los estudiantes de la
UNAM, las Asambleas Barriales de Argentina, las estructuras desarrolladas
por el movimiento "globalifóbico" en todo el mundo, el compañerismo
desarrollado en las huelgas, etcétera. Muchas veces estos son experimentos
muy explícitos y concientes, formas de decir "no estamos solamente
diciendo No al capital, estamos desarrollando otro concepto de lo que es
la política, estamos construyendo otra trama de relaciones sociales,
estamos prefigurando la sociedad que queremos construir".
Pero esto no es suficiente. No podemos comer discusiones democráticas. No
sirve si, después de la discusión democrática en la asamblea barrial o en
el frente zapatista en la noche, tenemos que vender nuestra capacidad de
hacer (fuerza de trabajo) al capital al día siguiente y participar
activamente en el proceso de separación que es el capital. Pero aquí
también, el ímpetu de la lucha nos puede llevar más lejos, del hablar al
hacer.
Las luchas que no solamente dicen No, sino que crean otras relaciones
sociales en su práctica, dan otro paso cuando empiezan a organizar un
hacer diferente. Las asambleas barriales en Argentina están avanzando de
la discusión y la protesta a tomar sus propias vidas en sus manos al
ocupar clínicas que han sido abandonadas, casas que están vacías, bancos
que han huido, para proveer un mejor servicio de salud, lugares para
vivir, centros de reunión. Cuando las fábricas cierran, los obreros no
están simplemente protestando sino ocupándolas para producir cosas que se
necesitan. La fisura se vuelve no simplemente un espacio de rechazo, no
simplemente un espacio para desarrollar estructuras horizontales sino para
construir otras formas de hacer. Este paso es muy importante porque
concentra nuestra atención en lo fundamental, que es la organización del
hacer.
Pero esto no es suficiente. Las fisuras muchas veces son muy pequeñas, los
haceres alternativos son aislados. ¿Cómo conectar estos proyectos
alternativos, entre sí y con la sociedad en general? Si se hace a través
del mercado, terminan dominados por el mercado. No se puede hacer a través
de la introducción de una planificación central porque esto supone
estructuras que no existen y que no pueden existir en este momento. La
articulación se tiene que hacer desde abajo, de forma experimental. En
Argentina actualmente, el movimiento de trueque en sus mejores
manifestaciones es un intento de desarrollar otras formas de articulación
entre productores y consumidores (prosumidores), pero todavía está en sus
inicios.
Pero esto todavía no es suficiente. La revolución no puede significar
pobreza. El propósito del movimiento revolucionario es hacer explícita la
riqueza del hacer social. Pero ahora el capital nos separa de esta
riqueza, se coloca como portero del hacer social, diciéndonos que para
tener acceso a esta riqueza tenemos que obedecer las reglas del capital,
los cálculos de la ganancia. ¿Cómo podemos burlar al portero, encontrar
otras formas de conectarnos con la riqueza del hacer de tantos millones de
personas en todo el mundo que, ellos también, están diciendo o quisieran
decir NO a la lógica social de las conexiones capitalistas?
En cada momento, el Estado se ofrece como respuesta a nuestras preguntas.
El Estado dice: "Véngan a mí, organícense a través de mí, yo no soy el
capital. Yo puedo dar la base para otra organización de la socializad".
Pero es una mentira, un truco. El Estado sí es el capital, una forma del
capital. El Estado es una forma de relaciones sociales específicamente
capitalista. Ese Estado está tan fuertemente integrado a la red global de
relaciones capitalistas que no hay forma de construir una socialidad
anticapitalista a través del Estado, sea cual sea el partido que ocupe el
gobierno. El Estado nos impone las relaciones jerárquicas que no queremos;
el Estado nos dice que tenemos que ser realistas y aceptar la lógica
capitalista y los cálculos del poder, cuando sabemos muy bien que no
queremos esta lógica y estos cálculos. El Estado dice que resolverá
nuestros problemas, ya que nosotros no lo podemos hacer, nos reduce a
víctimas, niega nuestra subjetividad. El Estado es una forma de
reconciliar nuestras luchas con la dominación del capital, pero no se
dejan reconciliar. El camino estatal no es el camino de la dignidad.
Ciertamente hay muchas situaciones en las cuales podemos aprovechar los
recursos del Estado -como cuando los piqueteros cierran calles para
obligar al Estado a darles fondos que ellos usan para desarrollar otras
formas de hacer. También existen situaciones en las cuales puede tener
sentido votar por un partido en lugar de otro, para defender o para crear
más espacio para nuestro movimiento. Pero el Estado no provee, no puede
proveer, la socialidad alternativa que parece ofrecer. Las empresas
estatales, por ejemplo, no ofrecen otra organización del hacer:
transforman el hacer en trabajo y lo subordinan al movimiento del capital
de la misma forma que en cualquier empresa (en eso no hay gran diferencia
entre la ex-Unión Soviética, Gran Bretaña o México). Aún si hay
situaciones en las cuales queremos usar el Estado, como usamos el dinero,
es importante tener claro que el Estado, como el dinero, es la encarnación
de relaciones que niegan nuestra dignidad. No es a través del Estado que
podemos crear una sociedad basada en la dignidad.
¿Cómo entonces? La pregunta nos atormenta. Las viejas soluciones no
funcionaron, no pueden funcionar. Pero ¿existe una solución que pueda
funcionar? ¿Es realmente posible que la lucha contra la negación de la
dignidad nos lleve a una sociedad basada en la dignidad, una sociedad en
la cual el poder social del hacer esté emancipado (una sociedad
comunista)? La certeza no está de nuestro lado. La certeza no puede estar
de nuestro lado, porque la certeza existe solamente ahí donde la dignidad
humana está negada, donde las relaciones sociales están totalmente
cosificadas, donde las personas están totalmente reducidas a máscaras. La
única certeza para nosotros es que la dignidad significa luchar contra un
mundo que niega la dignidad.
Llamas de dignidad, relámpagos, fisuras en la dominación capitalista.
Miren el mapa del capitalismo y vean qué tan desgarrado está, tan lleno de
fisuras, de llamas de revuelta. Chiapas, Buenos Aires, Sao Paulo,
Cochabamba, Quito, Caracas, y así en todo el mundo. Nuestra lucha es para
extender los tiempos-espacios de las fisuras, soplar el fuego de la
revuelta. A veces las llamas iluminan el cielo tanto que podemos ver
claramente lo que nos da esperanza: los dominadores dependen de los
dominados, el capital depende de nosotros, de su capacidad de transformar
nuestro hacer en trabajo que pueda explotar. Es nuestro hacer que crea el
mundo, es el capital que corre detrás tratando de contener nuestra fuerza.
Nosotros somos el fuego, el capital es el bombero. En términos más
tradicionales: la única fuerza de producción es la fuerza creativa del
hacer humano, y las relaciones capitalistas de producción luchan todo el
tiempo para contenerla.
El capital nos tiene miedo. El capital huye de nosotros. La huida y la
amenaza de huida son el núcleo de la dominación capitalista. Los señores
feudales no huían de sus siervos: si los siervos no se portaban bien, los
señores se quedaban y los castigaban, muchas veces físicamente. Pero en el
capitalismo es muy distinto. El capital nos dice todo el tiempo: "Si
ustedes no se portan bien, me voy". Vivimos bajo un estrés terrible, bajo
la amenaza constante de que nuestros amos se vayan a ir y nos dejen. Y
muchas veces el capital sí se va y entonces millones de personas se quedan
en el desempleo, regiones o países enteros quedan sin inversión,
generaciones enteras quedan sin la experiencia de la explotación directa.
Bajo el neoliberalismo, esta amenaza de la huida y esta realidad de la
huida se vuelven más y más centrales: la movilidad del capital es mucho
más grande que antes. Más y más claramente, el capital nos dice "pórtense
como robots, hagan todo lo que les digo, o me voy". Más y más, el capital
huye del hecho de que no somos robots, huye de nuestra dignidad.
Dignidad y capital son incompatibles. Mientras más avanza el caminar de la
dignidad, más huye el capital. Cuando se levantan los indígenas, el
capital huye. Cuando los obreros ocupan las fábricas, el capital huye.
Cuando los estudiantes se rebelan contra la reestructuración de la
educación, el capital huye. Cuando parece que un gobierno de izquierda
podría introducir medidas que afecten las ganancias, el capital huye (y el
gobierno cambia de opinión). Por eso, la cuestión de la respuesta que
damos a la huida del capital es crucial para la lucha de la dignidad (aún
más básica que la cuestión de la represión, porque la represión siempre se
presenta como respuesta a la huida del capital). ¿Qué le vamos a contestar
cuando el capital dice "pórtense bien o me voy"? ¿Qué vamos a decir cuando
el capital se va?
¡Que huya! ¡Que se vaya! Esto es lo genial de la consigna argentina "¡que
se vayan todos!" El capital domina amenazándonos con que se va a ir.
Bueno, pues, que se vaya. Podemos vivir perfectamente bien sin él.
¿Sí, podemos? Esta es la gran pregunta. El capital no es simplemente un
proceso de cerrar fisuras. Al irse y amenazar con irse, abre también
fisuras potenciales. Si el capital amenaza demasiado, los trabajadores
pueden ser llevados a decir "órale, vete, nosotros nos quedamos con los
edificios y el equipo". Cuando el capital se va, dejando regiones enteras,
la gente es llevada, por necesidad y por decisión, a encontrar otras
formas de sobrevivir, otras formas de hacer. Las personas son impulsadas a
construir relaciones sociales que apuntan más allá del capital. Las
fisuras se abren como resultado de nuestras luchas abiertas pero también
por la huida del capital ante nuestra dignidad.
Pero ¿cómo podemos sobrevivir sin nuestros explotadores cuando ellos
controlan el acceso a la riqueza del hacer humano? Este es el gran
desafío. ¿Cómo podemos fortalecer las fisuras de tal forma que no sean
bolsas de pobreza sino una forma realmente alternativa de hacer que nos
permita decir al capital "pues sí, vete"? La próxima vez que el capital
nos deje desempleados, ¿cómo le podemos decir: "Muy bien, ahora puedo
dedicarme a algo que tenga sentido"? La próxima vez que el capital cierre
una empresa, ¿cómo podemos decir "Vete entonces, ahora podemos usar el
equipo y los edificios y nuestros saberes de otra manera"? La próxima vez
que el capital nos diga "ayuden a los pobres bancos o el sistema
financiero se va a caer", ¿cómo podemos decir "Que se caiga, tenemos
mejores formas de organizar nuestras relaciones"? La próxima vez que el
capital nos amenace: "Me voy" ¿cómo decirle: "Sí, vete, vete para siempre,
y llévate a tus amigos contigo, que se vayan todos"? Esta es la cuestión
de la organización de nuestro hacer, este es el problema de la revolución
(con "r" minúscula).
¿Qué significa "revolución"? Es una pregunta, solamente puede ser una
pregunta. Pero no es una pregunta que se quede parada. No es una pregunta
que se atore en un lugar, sea ese lugar San Petersburgo o la selva
Lacandona o Buenos Aires, ni en un momento, sea ese momento 1917 o el
primero de enero de 1994 o el 19 y 20 de diciembre del 2001. No es una
pregunta que se pueda contestar con una fórmula o una receta. Es una
pregunta que sólo se puede contestar en la lucha, pero la reflexión
teórica es parte de la lucha. Es una pregunta con una energía, una rabia y
un anhelo que no la deja descansar. Empujemos la pregunta hacia adelante
todo el tiempo, lo más que podamos, con cada acción política, con cada
reflexión teórica. Preguntando caminamos, eso sí, pero caminamos con
rabia, preguntamos con pasión.


Referencias:

Bloch, Ernest. (1964), "Tübinger Einleitung in die Philosophie", Bd. 2
(Frankfurt: Suhrkamp)
Holloway, John. (2002), "Cambiar el Mundo sin Tomar el Poder", (Buenos
Aires y Puebla: Herramienta/ UAP)

Notas

(1) La pregunta del título fue propuesta por el comité editorial de la
revista. Algunas de las ideas presentadas aquí están desarrolladas en mi
libro: Holloway (2002). A Eloína Peláez muchas gracias.
(2) Para el subcomandante Marcos, una sociedad digna sería una sociedad en
la cuál la gente 'no tenga que usar una máscara … para relacionarse con
los demás'.Entrevista con Cristián Calónico Lucio, 11 November 1995, ms.
p. 61.
(3) En su entrevista del 9 de marzo de 2001 con Julio Scherer, Marcos dice
que "nosotros nos ubicamos más como un rebelde que quiere cambios
sociales. Es decir, la definición como el revolucionario clásico no nos
queda." (Proceso, 11 de marzo de 2001, p. 14). Marcos tiene razón en
rechazar el viejo concepto de Revolución, pero el concepto de rebeldía no
es suficiente para conceptualizar el desafío de transformar el mundo. La
distinción entre Revolución y revolución me parece más atinada. Ver la
siguiente nota.
(4) En "La Historia de los Espejos" (La Jornada, 9/10/11 de junio de 1995,
p. 17 (11 de junio), el subcomandante Marcos habla de la revolución que
"será, primordialmente, una revolución que resulte de la lucha en variados
frentes sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas sociales, con
grados diversos de compromiso y participación." Dice que usa "minúsculas,
para evitar polémicas con las múltiples vanguardias y salvaguardas de "LA
REVOLUCION".
http://www.revistarebeldia.org/revistas/no001/art06.html




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