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(ca) FAI, Tierra Y Libertad #358 - El huevo, la gallina y la teoría cuantitativa de la moneda
Date
Tue, 15 May 2018 07:50:42 +0300
James Denham Steuart fue un economista mercantilista escocés que en el siglo XVIII publicó
un tratado que por primera vez llevaba en el título la expresión "economía política". ----
Entre otras cosas, negó la validez de la teoría cuantitativa de la moneda, según la cual
el nivel general de precios está determinado por la moneda circulante. Sostiene, de hecho,
que la ecuación del cambio no se equilibra por las variaciones de la velocidad de
circulación de la moneda, o sea de la acumulación. ---- Alrededor de un siglo después,
Karl Marx, refiriéndose también a este aspecto, atacó y refutó la teoría cuantitativa,
negando la existencia de una relación causal entre cantidad de moneda circulante y nivel
de precios, y aseverando que es este último el determinante de la moneda en circulación, y
no a la viceversa.
Esta tesis se menciona en el Libro I de El Capital: La ley, en la que la cantidad de
medios de circulación se determina por la suma de precios de la mercancía circulante y por
la velocidad media del curso del dinero, puede también expresarse así: dada la suma de
valor de las mercancías, y la velocidad media de su metamorfosis, la cantidad de dinero, o
sea del material monetario en curso, depende de su propio valor. La ilusión de que el
precio de las mercancías sea determinado a su vez por la masa de material monetario que se
encuentra en un determinado país, hunde sus raíces y tiene sus primeros partidarios en la
absurda hipótesis de que en el proceso de circulación entran mercancías sin precio y
dinero sin valor, de manera que después una parte alícuota de la masa de mercancías se
intercambiará con una parte alícuota del monto del metálico.
Esta hipótesis se retoma en la Crítica de la economía política. Supuesta la velocidad de
la circulación, la masa de medios de circulación está simplemente determinada por los
precios de las mercancías. Los precios no son altos o bajos porque circule más o menos
dinero, sino que circula más o menos dinero porque los precios son altos o bajos.
El mismo concepto se expresa en la carta de Engels del 2 de abril de 1858: De la simple
constatación de que la mercancía, como precio, es ya intercambiada idealmente con el
dinero antes de ser cambiada realmente, resulta automáticamente la fundamental ley
económica de que la masa del medio circulante está determinada por los precios y no al
contrario. Si es la fijación de precios a un determinado nivel la que determina la
necesidad y la cantidad de moneda circulante, y no al revés, en analogía con el
pensamiento de Steuart, un eventual exceso de moneda respecto a las exigencias del cambio
estaría destinado a ser tesaurizado, o sea desmonetizado, o en cualquier caso retirado de
la circulación. En tal construcción no se considera el papel desarrollado por el crédito
como medio de pago y financiación de los negocios. Incluso en tiempos de Marx, parte de
los intercambios se desarrollaba total o preponderantemente a través de la concesión de
crédito entre empresas y clientela final, y gran parte de los medios estaban constituidos
por depósitos en el sistema bancario, y una parte de estos era a su vez creada por los
bancos por medio del mecanismo de multiplicación de los depósitos. El sistema crediticio
se basa sobre todo en el préstamo a la puesta a disposición de sumas a favor de sujetos
diferentes de quienes las han depositado, y estas sumas, en gran parte o en su totalidad,
vuelven a entrar en el banco y facilitan la posibilidad de acordar nuevos créditos. Cierto
es que se puede rechazar definir este proceso de creación de la nada o, según la frase de
Marx, negar que tal proceso comporte la entrada en circulación de dinero sin valor.
Pero estas son solo palabras, mientras la realidad es que, por cómo funcionan las
instituciones bancarias y financieras en el mundo capitalista, el crédito crea moneda y se
añade y sustituye a la moneda y gran parte de los pagos se realiza a través de la llamada
moneda contractual, que nadie ve ni toca sino que es tan solo imaginada, pues solo se
finge su existencia.
La cuestión de si son los precios los que determinan el monto de la moneda circulante o lo
contrario, es por todo esto no solo ociosa e inútil sino también equivocada. Aparte de las
excepciones y las patologías, para las que pueden valer y son históricamente válidas
incluso las hipótesis definidas como absurdas por Marx, la regla general es que, por así
decirlo, lo normal en el funcionamiento del capitalismo es que comporte que sea el crédito
el que determine las cuatro grandezas que componen la ecuación del intercambio.
El funcionamiento normal del sistema capitalista implica algo más que el que precios y
cantidad de moneda circulante sean determinados contextualmente, unitariamente a las
cantidades de bienes y servicios ofrecidos y a la velocidad de circulación de la moneda.
A su vez, el crédito, en cuanto a acumulación, modalidades y costes, depende de factores
como las expectativas de beneficio de las empresas sobre todo y las previsiones sobre la
marcha de la compra de bienes de consumo e inversiones.
Basadas en tales expectativas y previsiones, las empresas establecen sus objetivos en
términos de cargas a aplicar sobre el coste de los factores productivos y de cantidad de
bienes y servicios a producir y ofrecer en el mercado, precios a practicar y volumen de
crédito a acordar y solicitar, con el fin de maximizar facturación y beneficios. Ante
perspectivas no satisfactorias o negativas sobre la futura marcha del volumen de negocios,
las expectativas sobre el beneficio, la ocupación y el rédito tienden a caer y con ellas
la propensión al gasto tanto en bienes de consumo como en bienes de inversión. En tales
condiciones, prevalece la incertidumbre sobre el futuro y la tendencia a no arriesgarse a
través de la falta de liquidez.
También el crédito a las empresas y el del consumo tienden a disminuir, ya sea por una
menor solicitud de créditos o por una mayor cautela por parte del sistema bancario en su
concesión.
Siglos después de la publicación del tratado de Steuart, con la desaparición de la
circulación de la moneda-mercancía y el uso del papel moneda de curso forzoso sin valor
intrínseco, así como de moneda electrónica, todavía se debe observar la formación de
trampas de liquidez, con la permanencia de una fuerte preferencia por la de alguna manera
análoga al atesoramiento de monedas acuñadas con metales preciosos, no obstante las
ingentes emisiones de dinero a bajo coste por parte de los bancos centrales.
El bitcoin, una innovación conservadora
El bitcoin se define como un criptovalor o una criptomoneda por el hecho de no consistir
ni estar representado en un objeto concreto y tangible, y por tener naturaleza
exclusivamente virtual. Es en realidad una moneda electrónica, que existe solo en los
ordenadores de quien lo crea y detenta. Que se trata de una innovación revolucionaria
desde el punto de vista tecnológico y formal es indiscutible. Por el contrario, es
sumamente dudoso que pueda definirse como tal desde el punto de vista sustancial, o sea
económico-financiero. A pesar del hecho de constituir una novedad y de cosechar juicios
negativos por parte de los instrumentos y de los operadores tradicionales, en su primer
periodo de existencia el bitcoin ha tenido un éxito formidable.
A mitad de diciembre de 2017 su valor unitario superó los 16.500 dólares, frente a un
valor inferior a los mil dólares a comienzos de ese mismo año. Una semana después, el
mismo valor alcanzaba los 20.000 dólares. Por efecto de la posterior aceleración de un
crecimiento que ya podía definirse como un galope desbocado, la capitalización, o sea el
valor total del bitcoin, superaba los 330.000 millones de dólares, colocándose en quinta
posición entre las monedas mundiales, detrás del dólar, euro, yuan y yen.
A fin de cuentas, el bitcoin ha demostrado que no es otra cosa que un instrumento en línea
con la versión más desenfrenadamente neoliberal del capitalismo moderno, casi liberticida,
es decir, la ausencia de límites en la acaparación injustificada de riqueza. Se ha
revelado como enormemente especulativo, aparte de ser fuente de nueva inestabilidad
irracional, añadida a la consolidada típica de cualquier forma de capitalismo o
turbo-capitalismo. Como tal, es también causa de relevantes e injustificadas
transferencias y concentraciones de riqueza, en perjuicio de todos los que no están
interesados en su gestión ni gratificados por su revaluación.
No resulta raro que el hecho de que este tipo de moneda virtual no necesite intermediarios
ni reguladores para su creación, difusión y circulación sea visto como elemento apto para
conferirle una connotación positiva incluso desde el punto de vista socioeconómico.
Incluso con tal característica, parece totalmente injustificado, como se ha hecho y se
continúa haciendo, considerar esta nueva forma monetaria un instrumento liberador de
poderes políticos y financieros subordinados, o exaltar una presunta naturaleza
intrínsecamente libertaria. Hay que tener presente, a propósito de ello, que el éxito de
las monedas virtuales depende mucho del exceso de liquidez y del bajo rendimiento de las
inversiones financieras debido a las políticas monetarias ultra-expansivas de los
principales bancos centrales. Se valora positivamente el hecho de que para establecer el
valor de las criptomonedas sirva solo la oferta y la demanda en vez de la acción de los
bancos centrales, bancos de negocio e instituciones financieras internacionales, y que el
bitcoin tenga un valor solo porque quienes utilizan el sistema están de acuerdo en que lo
tenga. Por otro lado, esto no es del todo cierto, puesto que desde diciembre de 2017 el
bitcoin cotiza en dos bolsas de valores de Chicago, el CBOE y el CME, convirtiéndose de
hecho en un instrumento regulado, contratado también en los mercados de futuro, o sea, en
los denominados derivados.
Hay que considerar también que, precisamente porque el valor de la moneda digital en
términos normales está determinado por la oferta y la demanda, o sea, por cuanto se esté
dispuesto a pagarla, el mercado del bitcoin es extremadamente volátil e impredecible.
De hecho, el bitcoin es en cualquier caso una moneda y, específicamente, un bien
intangible cuya utilidad práctica consiste únicamente en la posibilidad de servir como
unidad de cuenta en las operaciones de compraventa y préstamo. No se puede identificar
ningún motivo en la marcha financiera mundial que justifique la revaluación de tal
instrumento monetario al nivel de casi el dos mil por ciento en menos de un año.
Es verosímil que el ascenso a la aparición irresistible de los valores virtuales sea
atribuido en primer lugar a su popularidad, como respuesta a un sentimiento de revuelta y
rechazo hacia los instrumentos tradicionales y las instituciones tanto públicas como
privadas que los controlan.
Por otra parte, las mismas dimensiones del fenómeno y las fuertes oscilaciones del valor
imponen considerarlo como una burbuja y reconocer su naturaleza eminentemente especulativa.
Ya por sí, el hecho de que se deba comprar o vender una moneda de cuenta carente de
consistencia material aparece, como poco, discutible. Por otro lado, tal tipo de bien,
cuyo valor depende exclusivamente de la ley de la oferta y la demanda, puede tener una
enorme subida en el momento en que esta ley salga de la racionalidad, como sucede a menudo
en toda época. La registrada por el bitcoin ha tenido lugar cuando una parte consistente
de quienes lo utilizan, tanto para compraventas como para créditos, ha preferido
mantenerlo como reserva de valor o depósito de riqueza, a la espera de un aumento de su valor.
Esta aspiración al enriquecimiento por el mero paso del tiempo, sin ningún esfuerzo
productivo, comercial o financiero que lo justifique, ha comportado su mutación a gran
escala en un instrumento de fuerte carácter especulativo.
Mientras redactábamos este artículo, el bitcoin ha registrado una pérdida del cuarenta por
ciento en dos días, descendiendo a los 11.159 dólares, para después subir en las jornadas
sucesivas, manteniéndose todavía al alza con respecto a los máximos alcanzados anteriormente.
Con el habitual gusto por el sensacionalismo, los medios de comunicación han subrayado que
su caída comportaría un descenso de la capitalización global de 330.000 a 200.000 millones
de dólares. En ese sentido, hay que destacar que la volatilización de 130.000 millones de
dólares, incluso siendo virtuales, ha representado una pérdida efectiva e importante para
cuantos la han sufrido, muchos de ellos seguramente no clasificables como inversores
profesionales o capitalistas.
Que se tratase y se trate de una burguesía, no había necesidad de ese desequilibrio para
darse cuenta, y el mismo incremento fortísimo del valor que le ha precedido inmediatamente
ha parecido un síntoma infausto para algunos. Más allá de las voces de información
privilegiada de la aparición de monedas virtuales concurrentes y de dificultades técnicas
en la gestión de las órdenes de compraventa, puede ser que incluso la última sacudida haya
sido un factor desencadenante del desequilibrio de la moneda virtual. Podría suceder que
los últimos que la adquirieron hayan querido obtener fuertes beneficios en un tiempo
breve, no pensando en la caída de un precio unitario tan elevado o en un posterior aumento.
Francesco Mancini
https://www.nodo50.org/tierraylibertad/358articulo6.html
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