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(ca) anarkismo.net: [Catalunya] Semana de furia por Xavier Diez
Date
Wed, 30 Oct 2019 09:16:48 +0200
Las comparaciones históricas las carga el diablo y no suelen funcionar para aplicarle a
los acontecimientos del pasado las circunstancias del presente. Y sin embargo seducen al
espectador perezoso que se deja engatusar por los mitos y la épica de determinadas fechas
simbólicas. Servidor de ustedes, que es historiador, y que además ha trabajado sobre el
mundo anarquista europeo contemporáneo, y que incluso asumió el encargo de coordinar un
monográfico de una revista sobre la figura de Francesc Ferrer i Guàrdia, experimenta
ciertas pesadumbres cuando alguien compara lo acontecido en la Semana de Furia vivida los
últimos días con lo que los historiadores conservadores llamaron la Semana Trágica de
julio de 1909. De aquella fracasada revolución, y de las estampas que dejó, el periodista
hispano-uruguayo Antonio Laredo sacaba la imagen poética de la "Rosa de Fuego", publicada
en el diario argentino "La Protesta".
Sin embargo, los historiadores tenemos la obligación moral de ser críticos con los mitos y
símbolos y tratar de mirar y leer los detalles de los hechos, las acciones y los contextos
que llevaron aquella situación extrema, indagar en las causas y consecuencias en varios
planos, y entender qué hay de fracaso y qué hay de éxito en este tipo de aceleraciones de
la historia que, por comodidad conceptual, los historiadores llamamos procesos
revolucionarios.
Es cierto. La Rosa de Fuego fue un mito tan ocultado deliberadamente por el estado y los
grupos detentadores del poder local, que al final se convirtió en un mito para unas
izquierdas que no siempre han recibido clase de historia contemporánea ni han tomado nunca
los apuntes necesarios para superar los exámenes. La principal lección a extraer de este
episodio fue que una revolución espontánea, sin objetivos definidos, sin liderazgos
firmes, que pierde el tiempo en incendiar edificios religiosos e improvisa sobre la
marcha, difícilmente puede tener éxito.
Ahora bien, 1909 y 2019, si bien tienen algunas similitudes son difícilmente comparables.
Las circunstancias son demasiado diferentes: existe un interclasismo y una heterogeneidad
política entre los independentistas que sus detractores se niegan a reconocer, el grado de
incidentes es inferior al de cualquier desorden o alboroto experimentado en los últimos
veinte años en Europa occidental, y la información (y la desinformación) circula con mucha
más facilidad que entonces, lo que hace incomparables una situación y otra.
Sin embargo, sí existe un elemento común a la mayoría de procesos revolucionarios. En
primer lugar, la situación se ha creado a partir de una crisis sistémica: El llamado
régimen del 78 (es decir, la continuación del franquismo por medios teóricamente
democráticos) parece entrar en una espiral de senilidad acelerada. Como apunta Paul
Preston en su último libro "Un pueblo traicionado", hace buena la mítica frase de David
Fernández "el sistema no es corrupto; la corrupción es el sistema ". Es decir, el estado
ha sido dirigido a lo largo de generaciones por un sistema caciquil, en manos de una
minoría depredadora que va quedando desplazada externamente y cada vez es más cuestionada
internamente. La incapacidad del estado para reformarse provocaría esta deriva
autodestructiva que implicaría una represión desatada contra una disidencia que cuestiona
el statu quo y que hace peligrar la subsistencia "de España como nación" que afirmaba el
ex ministro Margallo en estos días convulsos .
Es cierto. El Estado español (y utilizamos esta expresión como "conglomerado de intereses
de casta compuesto por un núcleo reducido de privilegiados que ven como se le escapa el
poder de las manos") está amenazado. Y el desafío más visible, se llama Cataluña, aunque
hay otros quizás menos obvios aunque no menos significativos (la geopolítica, un
republicanismo dormido, los socios y competidores europeos, países -como los
latinoamericanos- que tienen asuntos pendientes, disputas internas entre familias, ...)
Esto propicia un cierto ambiente de inquietud entre quien ha revuelto las cerezas[quien ha
tenido el poder]y que ve un número creciente de damnificados potencialmente peligrosos,
trabaja para descabalgarlos. No está de más recordar las estafas bancarias, la precariedad
laboral, la impunidad de la familia real y sus próximos, la incompetencia de unos partidos
políticos demasiado dirigidos por los poderes fácticos, la carta blanca y patente de corso
de los grupos paramilitares ultraderechistas, la mentalidad de dueño de plantación de los
grandes magnates o los fascistas de vieja y nueva hornada que se ocultan bajo gigantescas
rojigualdas.
Es por eso que el mismo concepto de "Tsunami Democrático" genere cierta angustia, incluso
terror, entre los grupos reducidos de la oligarquía hispánica. Hasta cierto punto son
conscientes de su fragilidad, y por tanto, acciones como las ocurridas estos días, en que
cientos de miles de personas han ocupado el espacio público han demostrado que son, hasta
ahora, poco capaces, de controlar el territorio .
La deriva represiva de estos días implica varias conclusiones. Que el golpe de estado
interno, al menos el declarado tácitamente con la intervención monárquica del 3 de octubre
de 2017, implica que una parte del estado se ha alzado contra su gobierno y que actúa al
margen de sus propias leyes. En otros términos, una dictadura no declarada, aunque
efectiva. Lo hemos podido comprobar claramente esta última semana, con una intervención
policial en la que el sector más reaccionario de la policía ha actuado violando de manera
flagrante todos sus protocolos de actuación. En el que los ultras han actuado como sus
auxiliares y paramilitares impunes (como, de hecho, ha pasado durante los últimos cuarenta
años). En el que los tribunales han actuado con las cartas marcadas. En la que el Supremo
ha suspendido, de facto la Constitución, y la Audiencia Nacional ha actuado por cuenta
propia, con premeditación y nocturnidad, en un desafío abierto a los canales
institucionales. En el que la prensa, dominada por un oligopolio vinculado a los intereses
de la casta, ha actuado como la verdadera cobertura aérea de la represión
institucionalizada. No podemos hablar de desproporción policial, sino de ataques
deliberados en busca de la intimidación de millones de personas no necesariamente
independentistas. Sólo hay que ver la virulencia con que se ha atacado y detenido a
periodistas para hacer crónica y testimonio de lo ocurrido estos días en Cataluña.
Sin embargo, y también como historiador y con cierta experiencia de lector de hemerotecas,
sé que a menudo las notas al margen, los hechos que, aparentemente parecen secundarios,
pueden ser de gran trascendencia. Las manifestaciones en Valladolid, San Sebastián,
Sevilla, Valencia o Madrid han producido cierto estupor entre los poder de verdad, y
personajes como Marlaska en particular. Especialmente significativas son estas últimas,
Valencia y Madrid, donde la ultraderecha ha actuado como ocurría en los años setenta, como
una especie de subcontratas de la represión policial que busca abortar un contagio
revolucionario. Valencia, porque siempre ha habido un temor fundado en la conexión con
Barcelona (no tanto por un supuesto "pancatalanismo" como por la tradición libertaria y
republicana de los valencianos, que puede emerger) y Madrid, porque, a pesar de todo,
existe un republicanismo dormido, que como un volcán apagado podría resurgir. No debemos
olvidar que el 15-M fue más firme y activo en la capital española que en la catalana, y
que la protesta sólo fue reconducida mediante la aparición de un Podemos que se dedicó a
extinguir el fuego de la revuelta. Por si fuera poco, está el episodio del medio millar de
republicanos que se manifestaron en Oviedo a la "puesta de largo política" de la heredera
de la monarquía, y que helaron la sonrisa a la señora Letycia Ortiz, en una escena propia
de una novela de Stephen King.
La revolución catalana, este foco de desestabilización permanente del imperio español,
preocupa, y mucho. Y no tanto por su dimensión independentista. La represión desatada no
hace distinciones entre unos y otros. La condena kafkiana los presos políticos ha buscado
aplastar una sociedad que no da síntomas de desfallecer, sino al contrario. A pesar de la
gran prueba a la que se ha tenido que enfrentar varias generaciones, especialmente las más
jóvenes que han perdido definitivamente la inocencia y la ficción de vivir en una
democracia, están desbordando un estado tan podrido y carcomido como la estaca que cantaba
Lluís Llach. El estado usa el terrorismo porque se sabe vulnerable, porque sabe que puede
perder. Y es por eso que ha sacrificado a su altar la Constitución, la democracia, o la
mínima ética y humanidad. Ahora, como una bestia feroz y herida es peligrosa. Y de hecho,
las escenas que estamos viviendo recuerdan claramente a "Z" aquella gran película de Costa
Gavras donde narra como los coroneles griegos, títeres de la oligarquía, se van cargando
poco a poco su democracia a base de crímenes y violencia, a base de ir desmantelando, poco
a poco, todos aquellos elementos del estado de derecho a los que hoy tanto se apela y que,
en la práctica, tanto ignoran.
Ahora bien. La violencia lo corrompe todo, y también se ha cargado la autonomía catalana.
Lo peor de esta semana de furia ha sido la forma en que se ha escondido la clase política
catalana bajo las piedras. Más allá de rumorología diversa, es difícil saber qué está
pasando en las interioridades del gobierno y los partidos catalanes. Nada bueno, imagino.
Y sospecho que hasta dentro de unas décadas, cuando las memorias y confidencias empiecen a
colarse entre las mentiras, la ocultación y la propaganda, no tendremos una radiografía
más fiable de lo que ocurre. Un presidente Torra asediado por los enemigos externos e
internos se puede considerar como un prisionero en la Casa dels Canonges[sede de la
Generalitat]. Lo más razonable, la destitución inmediata de un personaje como Miquel Buch,
no se ha producido, por lo que es de sospechar que sea este siniestro funcionario quien
realmente lleva las riendas del Gobierno. La ausencia de una respuesta institucional
adecuada (y la única que se me ocurre es la desobediencia, aunque sea simbólica) demuestra
que, no es que la Generalitat esté intervenida, sino que se encuentra directamente
secuestrada. Y eso dificulta mucho las cosas a cientos de miles de personas que están en
las calles, las plazas, las estaciones, las autopistas o los juzgados.
Los independentistas han demostrado tener fuerza. Y el objetivo también es bastante claro.
Falta, sin embargo, lo más esencial en momentos convulsos como estos: una estrategia
mínimamente coherente para dar el paso definitivo que lleve a la ruptura. No se entiende
mucho esta obsesión por Via Laietana cuando hay puntos más interesantes en la ciudad. Hay,
básicamente, dos opciones: o bien la vietnamita (es decir, hacer la vida imposible al
Estado, tal como hemos visto esta semana de furia), o bien la del Palacio de Invierno.
Ambas tienen riesgos y ambas son difíciles. Claro, que también existe la vírica. La
Cataluña desestabilizadora a menudo tiene una capacidad de extender y exportar el virus de
la revolución más de lo que sospecharíamos. Ya nos lo recordaba Vicens Vives, somos la
sociedad con más revoluciones del continente europeo.
Related Link: https://revistamirall.com/2019/10/23/setmana-de-furia/
Traducción al castellano ALB Noticias
https://www.anarkismo.net/article/31625
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